Lidiar con los propios demonios - Luciano Lutereau

Una vez alguien me contó que se sentía muy mal porque le deseaba lo peor a otra persona.

Ese el problema del deseo, que a veces busca su objeto en la venganza, la ira y el despecho.
Tan difícil es dejar de desear, que a veces no queda otra que la maldad.
Esta persona se sentía muy triste, porque no le gustaba desear de esa manera.
Animarse a pensar cosas horribles y no olvidar que son sólo pensamientos es un acto valiente – porque es un modo de reconocer que lo malo también está en nosotros y no por eso se trata de actos que vayamos a realizar.
La verdadera maldad no es la del pensamiento sino la de quien para no pensar y reconocer lo malo en sí mismo, los proyecta en otro y actúa agresivamente.
Cuando los niños son pequeños, es importante no juzgar sus actos agresivos como intencionales y evitar su necesaria interpretación destructiva.
Porque aún no conocen el pensamiento como espacio para sublimar las tendencias hostiles, que además facilita la integración de una imagen compleja de sí mismos: somos capaces de lo mejor y lo peor, internamente somos buenos y malos, Jekyll y Hyde.
Es una consecuencia de ser seres deseantes.
Con el tiempo, no poder distinguir un pensamiento hostil y su actuación agresiva es un déficit psíquico, que puede ser incluso patológico.
A través de la agresión depositamos en el objeto aspectos disociados de nuestro psiquismo. Es también una forma de agresión la justificación de la agresión -como cuando se dice “Porque el otro…”.
Freud decía que una persona moralmente sana no es la que se presenta como intachable o absolutamente buena, sino la que sabe lidiar internamente con sus demonios.


Commentaires

Articles les plus consultés