El arte de conversar - Luciano Lutereau

Conversar con alguien es algo muy difícil, sobre todo escuchar y después decir algo, que le sirva a la otra persona para tomar algún tipo de distancia respecto de lo que dijo.

Es decir, para que esa persona también pueda escuchar lo que dijo como algo que dijo, que incluye un pensamiento, es cierto, pero detenido -  al que se aferra por algún motivo (por ejemplo, temor).

No somos conscientes de cuántos de nuestros pensamientos dependen del miedo. Nuestros temores son más efectivos que nuestros deseos para hacernos pensar y, sobre todo, para sujetarnos a convicciones, certidumbres, que parecen razonadas, pero son irreflexivas. 

No pensamos tal como creemos.

Ni creemos lo que pensamos. Simplemente lo pensamos.

Y conversar es muy difícil porque nos confronta con un pensamiento extraño, no porque el otro nos diga lo que piensa, sino porque en una conversación se trata de extender un pensamiento estático, de devolverle un dinamismo, pero ahí es que se encuentra con el miedo como obstáculo, como punto de detención. 

Además no siempre se puede conversar para pensar.

A mí me pasa que a veces también quiero decir lo que creo. Lo creo no es lo que pienso, tampoco son las seguridades a que me aferro con y por temor.

No porque no tenga miedo, sino que en la creencia puedo asumir mi temor y expresarlo, sin que permanezca como refuerzo interno de un pensamiento. Cuando digo “Creo que” es lo mismo que si dijera “Me temo que”,

No es fácil conversar, nunca es un acto logrado. Pero tampoco es un problema que falle. Tengo confianza en la conversación fallida, en que se podrá volver a conversar y esa apuesta es más importante que un entendimiento recíproco. 

La confianza nace de ese acto fallido que es una conversación.


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