El 1 de noviembre de 1936, Bach escribe una emotiva carta a su editor Charles Daniel, en la cual, le anuncia la proximidad de su muerte y se despide de él en términos muy fraternales. Esta carta la di a conocer integra, hace años, ya que, en las versiones existentes de las Obras Completas del Dr. Bach, tanto la del Centro Bach como la de Julian Barnard, se está publicada de forma mutilada. No sabemos qué fue lo que contestó Daniel a esa misiva, (su respuesta fue inmediata), pero el 3 de noviembre de ese mismo año Bach le responde así:
“Estimado señor Daniel:
Gracias por su amable carta.
Le comprendo. También yo tenía un hermano dentro de mí; no un ateo, sino un sacerdote, quien censura. Y ha sido, y continúa siendo, una lucha enseñarle la tolerancia absoluta.
Muchas gracias.
Le saluda atentamente,
Edward Bach”
Mucho del tono de esta carta se asemeja a lo que Bach escribiera sobre Vervain, en especial sus primeros textos, pero de todos modos deja traslucir, claramente, la presencia de un dedo acusador con el cual, Bach, tenía que luchar. Un sacerdote intolerante y culpabilizador.
Es difícil saber con precisión qué cosas podían hacer sentir culpable a Bach que lo llevaron a descubrir a Pine, pero sus focos de interés estaban centrados en su trabajo y es muy posible que en relación a este tema naciera la auto-condena. También, tenía una hija de 19 años, a la cual ya no veía; se encontraba censurado por ciertos grupos conectados con la Homeopatía y la Teosofía, y todo esto, sumado a sus vivencias afectivas interpersonales, debía ser una buena argamasa de circunstancias que removían historias antiguas sobre autoridad, éxito, satisfacción de las expectativas sobre él depositadas y responsabilidades aparentemente no cumplidas.
Todas estas vivencias debían provenir y tener una matriz de la infancia. Tal vez allí, Bach, aprendió un componente de culpa que pasó a formar parte de su interioridad inconsciente, a lo que se agregó, quizás, un horizonte religioso familiar en donde, pecado y error, tenían un peso significativo. Basta observar todos los comentarios de Bach en la dirección contraria a esta idea, para comprender que esta cuestión le preocupaba mucho.
Claro, todo esto son imaginarios. Construcciones narrativas y, sin embargo, en los textos de Bach, Pine alude a concebir la responsabilidad personal, sobre lo que sucede, no desde el amor y el perdón, sino desde lo que deberíamos haber hecho. Y, además, que tal visión conlleva apesadumbrarse por un sentido de obligación y servicio que se transforma en culpa y condena. De modo que, Pine, nos nutre de una especial enseñanza: tomar conciencia que, la culpa elude la responsabilidad y que, la responsabilidad, es la capacidad para establecer una relación reveladora y elocuente en nuestra existencia. Un valor que nos habilita a estar presentes, de un modo libre en nuestras vidas, sin quedar atados a condicionamientos y pautas de lo que correspondería actuar, pensar o decir. Esto implica, y este es un punto, para mí crucial de Pine, que consiste en soltar la apetencia por querer controlar, tutelar y manejar nuestra vida. No por nada, en el diagrama de Bach de “las Dos Listas”, Pine completa la acción sanadora de Vine, pasar de la imposición a la aceptación. Eduardo
Pd hasta mañana

Hay varios remedios, en la propuesta de Bach, que sacan a la luz la problemática de hacerse cargo de responsabilidades ajenas. Dirección motivada por razones diversas, pero siempre alentada por un común sentimiento de ayuda que, a poco de rascar sobre su superficie, desnuda, muchas veces, anhelo de control.
Tomemos el ejemplo de Oak, sobre el cual Bach comenta que “Odian no poder hacer su parte en el juego de la vida, y piensan que son unos fracasados.” Y, más adelante agrega, “Estos pacientes nunca culparán a los demás, cargarán la responsabilidad sobre ellos mismos.” En otros tramos, Bach argumenta que Oak “…hacía frente a todas las tormentas, ofreciendo refugio y ayuda a los más débiles.” Pero, a pesar de esta actitud, suelen estar descontentos con ellos mismos “…si la enfermedad interfiere en sus obligaciones o en su vocación por ayudar a los demás.” Bach insiste, sobre el carácter esforzado de estas personas y su disposición para luchar, aun cuando están sumidos en la carencia de esperanza.
Uno puede preguntarse ¿Qué razón es la que empuja a Oak, a la tenacidad sin ilusión, al imaginar que para crecer debe padecer, a sentir que hay que pagar con sacrificio los logros de la vida? Es muy posible, la clínica así lo enseña con reiteración, que esta conducta encubra el intento de cancelar una deuda, redimir una culpa. De manera que, tanto Pine como Oak, cargan sobre sus espaldas, el peso de las obligaciones, aún ajenas, y están preparados para asumir como propias las deudas que la vida ofrece cobrar. Y, esto desde el lugar que “así debe ser”, como si un imperativo moral los empujara por ese derrotero, como si un gravamen o precepto los impulsara, más que una decisión libre y amorosa de servir.
Pero, la dinámica afectiva no acaba con este impulso y en esa carga, sino que, la culpa, conlleva la necesidad de un “mea culpa” (“por mi culpa”), que la iglesia católica aumenta, en sus rezos, a “mi máxima culpa”, y que conduce al acto de Confiteor (Yo confieso) que, en realidad, vale la pena traducir como “Yo Pecador”. De manera que, la culpa, me coloca en esa posición existencial de aceptar ser “pecador”. Es decir, aunque no haya merecido culpa alguna, soy culpable. O acaso ¿No es esta la energía del pecado original? ¿Qué culpa tengo yo de que Adán y Eva comieran una manzana? Entonces, ¿Qué es lo que esta “condición existencial” implica? “Acepto defectos y pecados como míos frente a una autoridad superior, reconozco en mí la presencia de una naturaleza perniciosa y malsana, y deseo corregir y compensar tal circunstancia”. En suma, un pacto que secuestra la libertad, me ata al pasado, domestica mis pulsiones más abisales y me hace deudor. Es como si dijes: "Pongo, desde ahora, en el altar de la cultura y la ley mis deseos y los controlo por medio de una fuerza interior: la culpa". Eduardo
Pd Mañana seguimos con una reflexión sobre el concepto de “mala consciencia” de Friedrich Nietzsche, un autor que Bach había leído y que creo que está presente en el tema Pine.

Friedrich Nietzsche ayuda, con sus planteos, a no instalarnos en la seguridad de la razón. A pesar de mi formación psicoanalítica de origen, prefiero las explicaciones que da, sobre la culpa, este filósofo, antes que las que nos brinda Sigmund Freud. En La Genealogía de la Moral, Nietzsche dice lo siguiente (perdonen esta larga cita necesaria) “Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro -esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre: únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su “alma”. Todo el mundo interior originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia fuera fue quedando inhibido. Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad -las penas sobre todo cuentan entre tales bastiones- hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás, se volviesen contra el hombre mismo. La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresividad, en el cambio, en la destrucción -todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la “mala conciencia”. El hombre que falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres, se desgarraba, se perseguía, se mordía, se roía, se sobresaltaba, se maltrataba impacientemente a sí mismo, este animal al que se quiere “domesticar” y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios, una selva insegura y peligrosa -este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la “mala conciencia”.
De la lectura de la cita precedente, sale a la luz que, la culpa, es el fruto de una fuerza agresiva interiorizada. Algo así como una autoagresión, lo que da argumento a la base emocional de muchas enfermedades autoinmunes que se enlazan con las emociones tanáticas: culpa, condena, remordimiento, reproche, censura, recriminación, ofensa… Pero, por otra parte, también, de la presencia de mecanismos de represión de ciertas tendencias vitales y primitivas, procesos que están al servicio de sostener el orden social pero que generan el precio del malestar en el corazón de las personas y de la sociedad. De modo que, la culpa, está vinculada con algo muy hondo y antiguo de los seres humanos, a la par que con un mecanismo de control cultural. Como decía Freud, lo más encumbrado y lo más insondable se tocan.
Como afecto, esta vivencia se entrelaza con odio, resentimiento, impureza, rigidez, severidad, escrupulosidad y fanatismo moral. Esta última línea de ligazones nos hace conectar a Pine, con un ramillete de otras esencias: Holly, Willow, Crab Apple, Rock Water, Beech, Vervain…. Veamos la clínica y reflexionemos en cuantas ocasiones estos maridajes emergen como una sugerente realidad que nos lastima. Eduardo
Pd. hasta mañana
Bach era un hombre singular. Convivían dentro de él las tradiciones más sólidas del pensamiento humano, la modernidad de su época y la aventura de lo “por venir”. Amaba lo permanente, tal vez un rasgo Vervain, todo aquello que fuera substancial y profundo, pero, al mismo tiempo, sencillo y cristalino. Y, sin embargo, destino de todo terapeuta, el dolor lo desgarraba desde la niñez. Primero el físico, al cual sumó, más tarde, el afectivo.
No había sido un niño común y, su especial talante, lo llevaba a diferenciarse en la soledad. Muy joven sabía lo que quería, pero necesitó un tiempo, una especie de moratoria, para emprender ese camino. Un tiempo en el que gestó la fuerza suficiente para hablar con su padre y expresarle lo que realmente deseaba en su vida. Su padre pagó sus estudios de medicina, aunque, conociendo el carácter de Bach, quizás esta circunstancia le causó, en su mundo interior, una condición de deuda. Y, ocurre, tal como Nietzsche lo señala, la culpa proviene de la deuda. En cierto sentido, deber implica culpabilidad, contraer una deuda nos atrapa en una obligación. Tal vez, en la perspectiva de Bach, ser exitoso en su sueño terapéutico.
Claro está que, las culpas actuales, no hacen otra cosa que revivir las del ayer, pero, ante la sensación, justificada o no del fracaso, el camino psíquico usual es revivir la deuda que solo se cancelaría con alcanzar el logro del proyecto de vida. La dinámica es: si no pago mi deuda la manera de compensar cargos es la culpa. Y, esta es una buena razón para que, Bach, fuera empujado a descubrir el remedio que aliviaría esta condición.
Pine, quita la creencia de que somos deudores y, por lo tanto, culpables y nos libera del recurso protector, pero regresivo, de encontrar refugio en la condena. Porque, aunque cueste creer, la culpa, también, funciona como un infantil sistema de amparo. ¿De qué nos escuda y resguarda? Del sentirnos nulos e impotentes frente a un escenario doliente. Nos protege del dolor de las heridas del alma. Eduardo
Pd continuamos mañana

En la universidad, un maestro me hizo descubrir a Dostoyevski y, este gigante de la literatura rusa, me permitió comprender mucho del sentido de la culpa en nuestras vidas. Sus escritos, en especial “Crimen y Castigo” y “El Jugador”, hacen evidente el rasgo de tribulación, congoja y tortura, que la culpa trae a nuestra vida. En flores, esta situación, desnuda la conexión profunda que existe entre Agrimony y Pine.
El personaje de “El Jugador”, un hombre abrumado y martirizado por la vida, se entrega al juego, a la adicción lúdica, como su única manera de hacer soportable el dolor que lo atraviesa. Una opción tramposa, ya que, después de vivir la impulsión de apostar, la culpa lo invade, con una intensidad tan atroz, que despedaza su autoestima y lo hace sentirse despreciable. Pero, así como la adicción puede ser una manera de saldar deudas, de castigarse e intentar reparar la culpa que, desde la sombra reclama ser saciada, hay otros caminos por los cuales puede manifestarse. Al modo Agrimony, de dramatizar culpa en la adicción, se puede agregar, en principio, el esfuerzo y sacrifico Oak y el entusiasmo apostólico Vervain.
En Dostoyevski su sendero reparatorio fue la escritura, y es posible que, en Bach, el equivalente fuese el servicio sanador. Y, así como el primero canalizaba su tormento interior, proveniente del pasado, escribiendo, y así purgaba su culpabilidad inconsciente, el segundo lo hacía a través de descubrir una cura para “…liberar a la humanidad de la esclavitud de la enfermedad.”
La culpa nos roba la felicidad, pero, también, puede empujarnos a la realización. La culpa no es una invariante de la naturaleza, pero sí de la sociedad. La sociedad la usa como control, pero ella delata una acerba condición humana: sentirse responsable de lo que no puedo cambiar. Y, es ahí que, para muchos, la responsabilidad substituye a la culpa y se cambia el nombre, pero la prisión permanece. Por esta razón, Pine ejerce una acción tan benéfica en aquellas personas que, la “responsabilidad” es un estilo y “deber” de vida. Eduardo
Pd mañana seguimos


El Antiguo Testamento está más centrado en imaginar que pecar es un acto que tiene que ver con la relación del hombre con Dios, mientras que, en el Nuevo, está incluida la dimensión de pecar contra los semejantes. Una dimensión que enseña que no ser fraterno y solidario, nos hunde en la oscuridad espiritual. “El que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, está en tinieblas todavía.”, es una buena manera, en la voz clara de Juan el evangelista, de recordarnos este hecho de la vida.
Sin embargo, el quiebre de concepción religiosa dominante en nuestra cultura, la laicización de la vida espiritual, trajo como consecuencia que el hombre se formulara la pregunta ¿A quién ofendemos, cuando pecamos, si ya no hay Dios? Esto implicó, entonces, volver la mirada a los otros, a la comunidad humana.
Tal hecho, dio lugar a dos respuestas diversas. La primera, ya que el pecado no está relacionado con el vínculo entre Dios y el hombre, los seres humanos podemos abstenernos de Dios. La culpa, entonces, no nace de una relación con un orden transpersonal que regula la conducta de acuerdo a principios religiosos. Dios, por lo tanto, deja de ser sostén de la ética y la moral humana. La segunda, la que sustenta Bach, consiste en fundar la moral en una espiritualidad sin templo, una vida interior sin religión, un camino de evolución, solo posible en el amor y no en el deber. De este modo, la culpa, se disipa y entra en juego la responsabilidad por uno mismo, el control deja paso a la libertad. Eduardo
Pd. Mañana seguimos

La revolución que pensadores como Freud, Marx, Jung o Sartre, produjo un paso en el proceso de liberar al hombre de las cadenas de esclavitud de los templos y, al mismo tiempo, generó un hueco, una carencia, una ausencia, que ni inconsciente, relaciones de producción, arquetipos o la “nausea” existencialista, pudieron cubrir. Es más, los seres humanos, sin darnos cuenta, adquirimos nuevos amos que substituyeron los anteriores. Nuevos motivos de culpa y condena.
De manera que, el quebranto y menoscabo del “poder del pecado contra Dios”, del que hablamos ayer, no aportó un mayor grado de libertad a la humanidad, ni disminuyó la presión de los sentimientos de culpa, angustia, soledad y tristeza. Y, esto que sucede en lo general, acontece en lo particular.
Las personas que consultan a un terapeuta pueden haber prescindido del fundamento espiritual de su vida, pero eso no les trajo menos culpa, menos desesperación o menos inseguridad. Guillotinar a Dios no supone matar la culpa.
Bach, nos propone otro sendero: recuperar una autentica espiritualidad basada en la libertad y el amor que lleva a que, culpa, angustia y soledad, desaparezcan de nuestra existencia. Y, en este punto, Pine, tiene una participación esencial. Nos hace responsable de ser “prójimos”, con nosotros y con los otros, nos enseña a portarnos bien con nosotros mismos. Y, entonces, como resulta que así como nos tratamos trataremos a los otros, si somos responsables por nosotros, seremos responsables por los otros. En suma, del mismo modo como no nos condenamos, no condenaremos; así como no nos juzgamos, no juzgaremos. Y, de nuevo, se desnuda otra vinculación floral: en este caso entre Pine y Beech. Eduardo
Pd mañana seguimos
En nuestra vida actual cualquier fracaso -ilusiones que se frustran, planes que se estancan, relaciones que se quiebran, afectos que se ven traicionados- funciona como leña que alimenta el fuego de la culpa. Solo con recorrer un circunscripto tramo de nuestra historia vamos a poder encontrar un vasto inventario de injurias de las cuales somos responsables. O acaso, ¿Alguien es capaz de decir nunca he traicionado a nadie? ¿Rechazado, de mala manera, a una persona que se acercaba a pedir ayuda? ¿Tratado injustamente a familiares o amigos? ¿Hablado mal de gente cercana? ¿Tenido comportamientos envidiosos, vengativos o crueles? ¿Reído de la desgracia ajena? ¿Haberse quedado con libros que le prestaron? ¿Faltado a una cita sin explicación y aviso?...
Para el Psicoanálisis, la culpa, deriva del temor a la autoridad paterna que, con el tiempo, pasa a convertirse en una función interiorizada como una estructura, que Freud llamó Super-Yo. En cierto sentido, Freud reemplaza el pecado original por el Complejo de Edipo, en donde, el deseo y su prohibición chocan entre sí y, dan lugar, a la construcción de la culpabilidad como un descargo y excusa, por lo que se ha deseado, es condenable y merece castigo.
Vista de este modo, la culpa, es casi un pedido de disculpa y perdón que, sin embargo, no encuentra redención y que, por el contrario, muchas veces se hace síntoma. De tal manera, el cuerpo “paga” la deuda de la culpa no aceptada y no expresada y, por lo tanto, no cancelada. Por esa vía, el afecto se hace afección.
Joan B. Torelló, un lúcido sacerdote catalán autor, entre otros, de un bello libro “Psicología y Espiritualidad”, comenta lo siguiente: “Si esta “deuda” o “culpa” no es reconocida, nacen, entonces, profundos sentimientos de culpabilidad, de los que, en realidad, no debiera el interesado ser “liberado”, sino más bien descubrir su naturaleza y asumir la responsabilidad. Hay que entrar en la noche oscura de la criatura, como místicos y santos supieron hacerlo. Hay que aprender a cargar con la propia culpa, sin desfigurarla ni atribuirle otro contenido. Este es el objetivo de toda verdadera psicoterapia que se proponga la apertura del ser al mundo, al prójimo, a los valores.” Sin embargo, a pesar de lo que señala Torelló, creo que es sabio vivir sin culpa. Y, esto, es lo que enseña Pine. Eduardo
Pd. Mañana seguimos
No siempre la culpa es un sentir que alcanza la conciencia. En realidad, es mucho mayor la frecuencia en la cual permanece escondida en la sombra de lo inconsciente, que lo que navega a la luz de la percepción de nuestro yo. Pero, que no la tengamos presente, no significa que no ejerce su poder sobre nosotros. Y, una de las maneras por las cuales la culpa se expresa, es como grito en el cuerpo: el dolor. Un dolor cuya raíz hay que bucearla en nuestro mundo emocional. La conciencia calla, la memoria olvida, pero el cuerpo siempre habla y siempre recuerda.
En este punto, creo que hay que revisar la relación que existe entre Impatiens y Pine y considerar, hasta qué punto, el dolor que Impatiens padece, no está originado por un sentimiento de culpa no asumido. La crueldad que ejerce hacia otros, es la contracara de la crueldad Pine, ejercida sobre uno mismo.
Hay una frase de Bach, sobre Impatiens, que puede servirnos de nexo: “Es útil en aquellas personas que (sin importar su estado aparente) están haciendo un gran esfuerzo para sobreponerse a alguna cualidad adversa: de ahí la intensidad del sufrimiento cuando temen fallar.” “Temen fallar”, en Impatiens, mientras que, en Pine, tal vez sea, “He fallado”. Pero, de todos modos, la cuestión es falla, falta, error, tacha, fracaso…
En toda esta dinámica, es bueno observar que, cuando la culpa aprieta nuestra vida, y no somos capaces de deshacernos de ella y liquidarla, es muy común que el castigo muerda el cuerpo como síntoma. Enfermedades autoinmunes, hipotensión, patologías del sistema nervioso, infecciones, padeceres hepáticos, articulatorios y de la piel, son algunos ejemplos de este proceso, en el cual, la persona, se hace cargo de la autoría de un daño y paga con dolor esa culpa. De ahí la importancia que Pine tiene en ayudar a liberar esta creencia que consume la estima y la dicha de nuestra vida. Eduardo
Pd Mañana seguimos

Muchas veces la clínica me puso, en reiteradas ocasiones, ante personas apresadas en un estado Wild Rose. Lo curioso es que, administrada esta esencia, en muchas de ellas, luego emergían sentimientos de culpa. Esta situación me producía perplejidad y desconcierto. ¿Cuál era el lazo que unía estas emociones, en apariencia distantes? ¿Acaso la apatía y la resignación podían funcionar como máscaras de la condena?

Durante largo tiempo, esta cuestión me desvelaba, hasta que, escuchando a un paciente comencé a encontrar una respuesta. Los sentimientos de culpa no están aparte de una cierta soberbia y egocentrismo que se ha apoderado de la identidad del individuo y la ha vaciado. Ahí, todo parece como que, la persona, ha perdido interés y contacto con la realidad. Estar fuera de la propia identidad, vivir una vida de máscaras o en un vacío de quién realmente se es, de ausencia de identidad, se acompaña, según Peter Belohlavek, un buen pensador de origen eslovaco, de sentimientos de soberbia y culpa.

También ocurre que, en repetidas veces, se da un desplazamiento “… de sentimientos de culpabilidad debidos a un fracaso existencial representado en la esfera corporal en forma de desgana, de falta de apetito o de “inapetencia” en el más amplio sentido de la palabra. (Jean B. Torelló). Esto permite comprender la razón por la cual, culpa y apatía, estén, en ciertas situaciones, tan unidas. Pero, no es el único maridaje. Junto a la derivación en el cuerpo o la proyección en otros, que ya hemos señalado, hay más matrimonios posibles: que la culpa se haga rencor (Willow), dogma (Vervain), vergüenza (Crab Apple), amor (Holly) o rigidez moral (Rock Water). Ya ven, la culpa se esconde en todos los rincones de nuestros sentires, tras una variada multitud de máscaras. Eduardo

Pd hasta mañana













Ayer recibí un mail de una persona que me sigue en Facebook. En sus comentarios señala que la enseñanza que transmito allí se aleja de la de Bach y que, por lo tanto, distorsiona el mensaje del creador de la Terapia Floral. Una consideración válida como cualquier otra, que para eso existe la libertad de expresión y la diversidad de perspectivas.




Sin embargo, el problema se presenta cuando agrega que sería oportuno que dejara de escribir. En verdad, sería más sencillo que deje de leerme en lugar de reconvenirme, ya que, no está en mis planes suspender estos Post. Pero, el motivo por el cual traigo a colación este mail se debe a que, hacía el final de su alegato, quien lo envía asevera que mis propuestas son, además de erradas, ofensivas a la memoria de Bach y que debería sentir culpa por mis acciones. Esta opinión permite ver un punto interesante de la dinámica emocional: la intolerancia busca y necesita culpabilizar. Por esta razón es relevante un hecho curioso de la acción de Pine: ayuda a disolver la intolerancia y el dogmatismo. Mis observaciones nacen de la clínica, no sé lo que pensaría Bach al respecto, pero Pine genera tolerancia y flexibilidad emocional. Tal vez, el hecho que no me condene a mí mismo provoca el cuidado de no condenar a los demás. Eduardo Pd. Mañana seguimos













Lo que imagine como una posibilidad de aprendizaje sobre Pine se convirtió, ayer, en una reconfortante experiencia amorosa. Los comentarios que ustedes hicieron llegaron a mi corazón y lo nutrieron de bellos sentires. Las vitaminas cardíacas siempre son reconfortantes y se las agradezco. Escribir supone estar en la intimidad con uno mismo y este acto poblado de soledad, a veces, nos enreda en laberintos que nos alejan del vivir comunitario. Y, todas esas palabras tan llenas de fuerza, que me escribieron, me hacen sentir que soy parte de una hermosa comunidad, de una fraternidad de iguales que Bach anhelo construir, tarea que nos legó realizar. De manera que entre la enseñanza de Pine, acerca de que no hay deudas, y la de Wild Rose, que la vida es una aventura llena de motivos para vivirse, nos encontramos listos para seguir adelante sin pesos y sin rendirnos ni resignarnos ante las adversidades o infortunios. Somos responsables (Pine) de nuestra propia dicha (Wild Rose), nada nos puede quitar la felicidad más que nosotros mismos. Las palabras amorosas de los otros nos recuerdan todo el amor que esta disponible para nosotros. Recibirlas es, también, un acto de amor. Eduardo PD. Mañana seguimos













La clínica nunca deja de asombrar. Siempre despierta la sorpresa y nos llena de rutas de exploración. En casi todos los lugares donde he vivido, y en todos los sitios que he atendido personas que cargaban dolor emocional, he podido comprobar que muchos adultos fueron, de niños, maltratados. A algunos le robaron la inocencia con abusos, a otros el rechazo o el abandono hirió su estima y dignidad, otros padecieron maltrato físico o afectivo, pero todos construyeron en su interior una imagen de sí mismos, un sistema de creencias de su identidad, basada en un principio: soy indigno y merecedor de castigo.













De este escalón a la generación de un sentimiento de culpa solo hay un paso. En algún sentido, este sentimiento, resguarda, el retrato infantil que la persona tiene de los padres: no es que no me amaban, sino que yo era malo y por eso me castigaban. Y, aunque esto funcione a espaldas de la consciencia, no por eso deja de ser menos real. Por lo tanto, hay que esforzarse en ser “bueno”.













Sin embargo, nada justifica el maltrato infantil y, muchas veces, la presencia de la culpa indica, en la clínica, que esa persona fue un niño maltratado. Pine sana ese dolor, ese pasado y esa imagen, de uno mismo, desvalorizada y culpable. El “niño herido” encuentra, en Pine, un bálsamo a su daño. Eduardo








































Hagamos un resumen de lo que hemos dicho, hasta aquí, sobre Pine. La culpa es una emoción que crea la cultura como un mecanismo de control sobre las personas. Sentir culpa, encubre no hacernos responsables. Nace, en ocasiones frecuentes, de una convicción falaz: no ser capaz de alcanzar realizar esperanzas o expectativas que, en verdad, son ilusorias, irreales y ficticias. (Aquí se impone vincular Pine con Elm). Esto, incluye, la culpa por no ser perfectos y el auto-reproche por no hacer las cosas de un modo ideal.













Al igual que Oak y Centaury, Pine, se siente obligado a arrogarse la responsabilidad que corresponde a otros, a hacerse cargo de los adeudos de otras personas. Y, todo esto, supone que, en este estado emocional, la persona no confía en los procesos de la vida, no descansa en la justicia del alma, sino que se convierte en juez severo de sí mismo. Al tomar Pine, uno se libera del deber, del pasado acusador, se abre a la responsabilidad sobre uno mismo, a la mayor capacidad para estar presente en el presente, a erradicar la divergencia entre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer, y a dejar atrás programaciones y mandatos familiares de expiación. Pero, no hay que olvidar que, el estado Pine, desnuda, también, una apetencia de control sobre la propia vida y la ajena. Por esta razón, quizás, Bach lo pone como herramienta para completar la sanación de la estructura Vine y, por este motivo, además, es una vivencia tan cercana a Chicory. Finalmente, Pine, nos inicia en el arte del equilibrio y la justa responsabilidad, nos relaja ante las exigencias de la vida, nos permite disfrutar más plenamente los momentos, a no torturarnos por como resulta lo que emprendemos, a no castigarnos por el pasado y los errores cometidos. En relación a esta última consideración, Pine, ayuda a desmoronar los picos de soberbia que puedan existir dentro de nosotros, a crecer en humildad, a enseñarnos a aceptar y valorar que aquello que hacemos es lo que estamos en condiciones de hacer. En síntesis, a sacar de nuestra vida el “deberíamos”. Eduardo













Pd mañana seguimos

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