Polaridad masculina y Polaridad femenina

Cuando ejerzo una acción en mi vida, puedo decir que estoy en mi polaridad masculina.
Lo masculino nos enseña a relacionarnos con el mundo. Es la dirección que orienta, da confianza, protección y seguridad. Tiene que ver con la apertura, el movimiento, la presencia, el ejecutar en mi vida, la sensación de autoridad interna.
Como figura es la espada, el falo, el pilar, que da un eje, la presencia que va hasta el océano de lo femenino y lo pone en marcha. Sin esta energía masculina interna hay desorientación, caos, apatía, tristeza y no hay vitalidad.
Del mismo modo que como mujeres hablamos de empoderarnos de nuestro femenino, es decir, tomar la semilla de lo materno, la matriz, la materia, y desarrollar cualidades como el instinto, el cuidado nutricio, la redondez, la intuición, los fluidos, la danza, el Si cósmico…, también de igual manera, hablamos de darle poder interno y despertar a la semilla de nuestro hombre interior que anida, a veces dormida, en cada una de nosotras.
Ese hombre salvaje que vive en el bosque, cortador de árboles, capaz de defendernos hasta la muerte si fuese necesario, devorando a dentelladas al enemigo, ese hombre que sabe de la tierra, que sabe de sus ciclos y sus ritmos y con corazón, cánticos y oraciones las plantas florecen, crecen y se abren alegres a su paso.
Ese hombre que buscamos fuera como figura y completo, está plantado dentro de nosotras, esperando a que le demos espacio para crecer y accionar.
Si no hay un desarrollo de estas dos polaridades internas, una danza equilibrada entre ambas, no hay libertad en las relaciones, proyectándose en el otro la carencia que se supone uno tiene.
Reconocer esta polaridad interna y crear con ella, da un cambio fundamental de independencia a la mujer en las relaciones, porque nuestro cuerpo emocional deja de depender de la otra persona.
Implica vencer las represiones que hemos interiorizado del masculino, esa voz que te dice que no puedes hacerlo, que eres incapaz. Ese violador interno que nos tiene subyugadas, que castra nuestra capacidad erótica, sensual y festiva.
Es poder transformar ese “pene” interno que nos tiraniza en un falo luminoso que impulsa nuestra conciencia, que nos da confianza para ser competentes, para tomar decisiones saludables para nosotras y descansar abiertas, guiadas y apoyadas en nuestro ser interior como autoridad, para que nuestro femenino pueda seguir creando y bailando redondo la danza de la vida.

Carmen Enguita

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