Lilith, Eva y la Virgen María dentro de ti

Puede que muchas personas no sepan que Adán tuvo otra mujer antes que Eva. La Biblia evita mencionar su nombre, pero encontramos su historia en el Zohar:
“Cuando Jehová creó a Adán, creó al mismo tiempo a una mujer, Lilith, extraída como él de la tierra. Fue entregada a Adán como esposa, pero surgieron desavenencias en el seno de la pareja, por una cuestión que delante de los tribunales sólo se podría debatir a puerta cerrada. Ella pronunció el nombre inefable de Jehová y huyó por los aires, dejando ahí a su marido” (Citado en La Mujer Solar de Paule Salomon, 2003, página 107-108)
Lilith es el primer rostro de la rebelión femenina ante el patriarcado.
Después de haber pasado del culto a la Gran Madre al culto del Dios Padre, la mujer quedó sometida al dominio del hombre, pero desde el mismo principio se resistió y se rebeló. La mitología lo demuestra. La primera en rebelarse fue Lilith.
Lilith no quiso asumir siempre el rol pasivo en la sexualidad, ella también quería dominar. Ella había sido creada de la tierra, al igual que Adán y no quería someterse. Así que huyó y rechazó volver, por lo que “Jehová entregó a Lilith a Satán”. Desde entonces, el arquetipo de la mujer libre, que no obedece, que no se somete, que no reprime su sexualidad, es asociado con el mal. Lilith es la Medusa, la Arpía, la Vampiresa, la seductora letal.
Todas tenemos dentro a Lilith, pero nos da miedo conectar con ella.
Nos da miedo porque queremos ser niñas buenas, porque el patriarcado se ha encargado bien de que tanto hombres como mujeres asociemos la libertad de la mujer con algo terrorífico, destructivo, antierótico. Este miedo está en nuestro inconsciente, en lo profundo de nosotras y es la vocecilla que nos impide seguir nuestro corazón/intuición y nuestros deseos profundos, la vocecilla que se amarra a la esclavitud temerosa de volar.
Como Lilith fue desterrada, Dios tuvo que crear a Eva. Pero la creó de la costilla de Adán, para fundar desde el origen la dominación del hombre sobre la mujer, la idea de que ella es un subproducto del hombre, el segundo sexo. Eva aceptó ser la mujer de Adán, pero lo llevó a la perdición. Pues cuando la serpiente vino y la tentó a comer del árbol de Conocimiento del Bien y del Mal, su curiosidad ganó y perdieron el paraíso. Así, según la Biblia, toda la desgracia del hombre viene de la desobediencia de la mujer. Porque resulta que Eva, como Lilith, también era una rebelde. Para la filósofa Paule Salomon: “La revolución de Eva puede parecer la consecuencia del error de Adán en su deseo de dominar”. Para ella, la historia de Adán y Eva es el relato místico del fracaso del hombre para esclavizar a su hembra humana. Es también el principio justificador de todo el esfuerzo represor y violento hacia ella, la justificación de su dominación.
La diferencia de Eva respecto a Lilith, es que ella se mantiene al lado de Adán. Acepta ser su compañera, ya que en su condición de esposa y madre eventualmente será lavada de su pecado original. Si la mujer se mantiene fiel y da hijos, si es sumisa y obediente, se le perdona su rebeldía primordial.
Todas tenemos también dentro a Eva. Eva es ese arquetipo de la mujer sumisa, dócil, que se conforma con ser la compañera del hombre, y con vivir para él y para sus hijos. Dentro de nosotras, Eva es esa vocecilla interna que nos dice que tenemos que ser siempre dulces, siempre complacientes. Que tenemos que esforzarnos por agradar al hombre, por hacer siempre lo que se espera de nosotras. Eva tiene dentro un profundo sentimiento de culpa, que pasa de madres a hijas. Un sentimiento de culpabilidad, de inferioridad, de no ser nunca suficiente.
Esta sumisión inconsciente o a veces conscientemente elegida crea a su vez una sombra cada vez más oscura y peligrosa de frustración y rencor y esto se puede manifestar en toda clase de sutiles y pequeñas violencias, rivalidades, venganzas hacia el hombre. Es la guerra íntima que se manifiesta entre los sexos.
El otro arquetipo que tenemos en nuestro interior es el de la Virgen María, que representa a la vez, la máxima derrota femenina y su glorificación por parte de la religión patriarcal. La Virgen María, es, en el fondo, un residuo del culto a la Gran Diosa.
La Virgen María representa la máxima derrota porque es la mujer desprovista totalmente de su poder sexual. Ella da a luz sin sexo, nunca ha conocido hombre. Es a la vez la madre de Dios y su sirvienta. Es la mujer que ha aceptado su inferioridad y se ha sometido a la ley masculina. Por supuesto, este tipo de mujer no puede más que ser glorificada por la Iglesia. Desde una perspectiva luminosa, la Virgen María encarna los valores más elevados del amor y la compasión incondicional.
Dentro de nosotras tenemos lo positivo de la Virgen María, en tanto que vestigio de las cualidades de la Gran Diosa: tenemos el potencial de amor y la compasión incondicional, tenemos la sabiduría.
Pero por otra parte, ella es un ideal imposible para la mujer de carne y hueso: esa que menstrua, que hace el amor, que pare, que da el pecho. Estamos muy lejos de la virginidad, pureza, perfección de esta Virgen María, que representa a la mujer sagrada. El mensaje está claro: nosotras somos impuras, no podemos alcanzar jamás este ideal.
Las mujeres occidentales, educadas en una cultura cristiana, tenemos en nuestros inconscientes queramos o no, estos arquetipos. Es bueno conocerlos, observar los tres dentro de nosotras para poder trascenderlos. Ya es hora de ir más allá de estos tres arquetipos, que Paule Salomon llama “los tres mitos fundadores de la mujer bajo el patriarcado”. Para ir más allá es necesario encarnar a la Diosa que todas tenemos dentro de nosotras, es necesario que los hombres aprendan a reconocer a la Diosa que hay en cada mujer. Lo femenino también es sagrado, aquí y ahora.

Bibliografía recomendada:
Salomon, Paule (2003) La mujer solar, el final de la guerra de los sexos. Ed. Obelisco.

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