El anima, el animus y el amor trascendental - Manuela Gargiulo Bilbao

El concepto de anima y animus fue introducido por Jung para referirse a aquel aspecto de la psiquis que está relegado al inconsciente; por ejemplo: en una mujer heterosexual el aspecto inconsciente es el masculino y por tanto es el que corresponde al animus (ya que de la totalidad sexualmente genérica de la humanidad sólo se reconoce en el aspecto femenino de la misma y es el aspecto masculino el que queda relegado), mientras que en el hombre heterosexual ese aspecto es el femenino por consiguiente el anima. El animus y el anima para Jung representan arquetipos de masculinidad y feminidad respectivamente por lo tanto estas representaciones no pertenecen a la forma física de un individuo sino más precisamente a su identidad psíquica.
Jung afirmaba que empezar a reconocer el aspecto relegado de nosotros y permitirnos estar en contacto con él nos encamina al encuentro con el sí-mismo y por ende el principio del despertar al (in)consciente colectivo.
Pero Jung (producto de su época, contexto cultural e intelectual) cometió un solo pero importante error en su teoría: él limitó el concepto del animus y el anima a arquetipos, lo que significa que generó una diferencia insalvable en su teoría entre el plano psíquico y el físico, volviendo cualquier intento de unificación de dichos planos un esfuerzo irrisorio. Un ejemplo de esto es su aclaración de que «elevar» a un ser humano en nuestra vida al estado de animus/anima es un despliegue irreal y peligroso de idealización.
Como dije anteriormente, en esta realidad física la consciencia de los seres humanos limita su visión más básica de la sexualidad a un sistema dual, ya que (incluso contemplando la diversidad y multiplicidad de expresiones e identificaciones sexuales), la manifestación física de nuestra especie requiere del principio femenino y masculino para subsistir.
Me parece importante dedicar todo un párrafo a explicar brevemente que esta teoría no se limita a las personas heterosexuales dado a que; en una humanidad con lógicas preponderantemente excluyentes en lugar de inclusivas, y una antagonización de los polos que tiende a buscar la hegemonía de un aspecto sobre otro (básicamente en una sociedad en plena dialéctica hegeliana); el amor lejos de poder presentarse como un fácil y tranquilo encuentro, se presenta como una profunda atracción que desafía las limitaciones de nuestros esquemas y de lo que creemos posible; por lo tanto podemos perfectamente encontrar opuestos psíquicos tanto entre personas de igual como de distinto sexo. De hecho, lo interesante de este aspecto doble dual de la psiquis/cuerpo es que el desafío de estereotipos respecto a la idea de lo femenino y masculino en ambos niveles trae inmensos beneficios para la expansión de la consciencia colectiva de la humanidad.
Pero si este sistema dual se encuentra presente tanto en nuestro cuerpo como en nuestra psiquis y los seres humanos representamos una manifestación parcial de la totalidad, entonces no resulta tan absurdo reconocer que no sólo nos abrimos al (in)consciente colectivo (y pongo la palabra «in» entre comillas porque en cuanto nos abrimos a él deja de ser inconsciente para volverse consciente) desde un plano ideal sino que sucede acompañado también de un plano físico. Por ende el concepto de «almas gemelas» dejaría de ser un lindo cuento que Disney trato de explotar desde el s.XX, y que despierta todo tipo de escepticismo y subestimación, sino que empezaría a tener un verdadero significado trascendental.
En realidad, cuando la consciencia ha llegado un punto tal de entendimiento que se encuentra lista puede reconocer ese otro ser que representa su complementario (incluso si las limitaciones mentales de ambos imposibilitan la realización física de ese vínculo en esa vida), el despertar de la intuición a ese (in)consciente colectivo resulta inevitable y esto nada tiene de idealización, absurdo o peligroso.
En lo que respecta a las limitaciones mentales que imposibilitan manifestación en el plano físico de esa conexión, esto se debe a que actualmente en la dialéctica entre la racionalidad y la sensibilidad, es la racionalidad la que se encuentra más validada a nivel colectivo; y por consiguiente es aquello que nos sensibiliza, que no entendemos y nos saca de nuestros áreas de confort lo que generalmente termina desplazado de nuestras elecciones personales.
Vale aclarar algo importante y es que en este artículo en lugar referirme a otro plano del ser humano como alma he decidido nombrarlo «psiquis», la razón porque hago esta distinción es porque el alma y la mente son dos aspectos indivisiblemente presentes en la conformación de la identidad de un individuo. Al alma se le dan atributos sensibles y por lo tanto se relaciona más con el anima y a la mente se le atribuyen aspectos más racionales y por ende está más relacionada con el animus, pero decir que el aspecto femenino no piensa o que el masculino no siente sería tan errado como afirmar que la tierra es plana. Lo que sucede es que en general tendemos mayormente a aceptar que lo masculino se enfoque en los aspectos racionales de la realidad y lo femenino en los sensibles, pero este esquema no es más que otra manifestación de las lógicas antagónicas anteriormente mencionadas que justamente propician esta necesidad de romper estructuras cuando se trata de amar. En cuanto a la conformación del individuo en el plano físico, esa identidad sin la cual el amor trascendental no sería posible se llama ego.
A diferencia de la opinión general, el principal objetivo del ego no es la separación sino el placer y el placer solo puede ser encontrado a través de la conexión. Todas las acciones del ego que propician la separación están originadas en aquellos aspectos en los que el ego se siente inseguro o ignora que es un reflejo fractal del cosmos, o sea en aquellas partes que no están integradas.
Existe una creencia muy popular de que para lograr despertar a la divinidad de la consciencia uno tiene que superar el ego, pero es en esa creencia que generamos una paradoja que crea más fragmentación y sombra interna aún, ya que es justamente en esta creencia que negamos en un aspecto de nosotros esa divinidad a la que deseamos acceder y por ende el canal fuente-espíritu-psiquis-cuerpo (la cual vendría a ser una especie de kundalini de todos los planos existenciales) se ve truncado en el nivel de la psiquis y entonces vivimos divididos entre solo poder experimentar conexión con el todo en momentos de abstracción o meditación objetiva y luego padecer y fallar en incorporar esa conexión en los aspectos mundanos de nuestra cotidianidad que requieren de nuestra presencia subjetiva.
«¿Por qué experimento dolor y sufrimiento en mi vida?» Todos nos enfrentamos a esta pregunta a muy temprana edad porque todos experimentamos dolor desde muy pequeños, tan pequeños que aún no hemos podido desarrollar las herramientas lógico lingüísticas para poder de hecho entender las situaciones que crean esas vivencias, y por tanto se generan registros en la memoria (tanto placenteros como displacenteros) que exceden nuestro entendimiento, a estos registros los llamaremos vivencias primarias. A su vez, porque aún nos hace falta madurar nuestra consciencia a nivel colectivo, la respuesta que la mayoría de las personas damos a esa pregunta es: «porque debe haber algo mal conmigo», este instinto moralista es una especie de vestigio que ha quedados de nuestros arcaicos intentos de socialización y construcción de comunidades.
La percepción del bien y el mal como fuerzas que exceden nuestra capacidad de elección como adultos esta muy presente en las mitologías y culturas antiguas debido a que la humanidad carecía de los conocimientos necesarios para concebir la complejidad del cosmos y por ende se percibía como víctima de circunstancias que excedían su capacidad para materializar su deseo y armoniosa convivencia. Nuestro instinto auto-destructivo de moralidad vendría a ser como una especie de muela de juicio de la consciencia, dado a que ya no sirve para nada pero sin embargo sigue ahí. Es esta idea de que hay algo mal con nosotros lo que crea todas las inseguridades del ego que propician la sensación de separación.
Pero el dolor y el sufrimiento no surgen del mal sino de la ignorancia y el temor que nos genera aquello que no entendemos, estas vivencias son de hecho temor llevado a tal nivel que se materializa en realidades que desafían el deseo de vivir, porque si bien el espíritu sabe que la muerte no existe el ego no lo sabe y es en esa duda casi cartesiana que se vuelve su propio enemigo. Es por esto que el amor es crucial para la transcendencia, porque es la única fuerza lo suficientemente potente para hacer caer todas y cada una de las mentiras y temores que alberga nuestro ego (si nos atrevemos a dejar de subestimar nuestra necesidad y capacidad de amar).


Fuente: https://medium.com/la-ecuación-de-la-consciencia/el-anima-el-animus-y-el-amor-trascendental-c83a1e755cc6

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