Ceremonias - Noraya

Tenemos hambre de ceremonias.
Y no lo sabemos.
Y tenemos hambre de ceremonias. Dejamos de buscarlas hace mucho, para que nos nos relacionaran con lo impuro, empezamos a tenerle miedo al fuego y guardamos el hambre para luego... y así nos separamos de lo más puro. Nos olvidamos de llamar al espíritu a compartir nuestra mesa, a proteger nuestras casas, a cuidar de nuestros niños y de nuestros ancianos. Nos olvidamos de llamar al espíritu para que nos acompañara no sólo en los momentos de desamparo, sino también en los momentos de dicha y celebración.
Nos olvidamos de invitarle a descansar en nuestro corazón.
Por esto nos sentimos agitados. Nuestro vacío interno, nuestra tristeza antigua, profunda e insondable, reclaman vincularnos de nuevo con el espíritu que habita en todo, el espíritu que se manifiesta de mil formas, como arbol, como planta, como aire, como piedra y roca, como ola.
Como no recordamos nuestras propias ceremonias, llamamos y buscamos la medicina de nuestros hermanos indígenas y la verdad es que nosotros somos, también, los indígenas de esta tierra. Porque hemos nacido de ella, bebemos de sus aguas y nos bañamos en ellas y con ellas. Comemos de sus frutos. Pero hemos olvidado como vincularnos con ella en nuestro día a día.
Buscamos en lugares remotos los ritos de paso que nosotros hemos medicalizado. También de estos umbrales naturales e inherentes a la vida humana nos hemos separado.
Tenemos hambre de ceremonias.
Porque somos sacerdotes y sacerdotisas de esta tierra preciosa que crece y se transforma sin nosotros, pero sin la cual nosotros ni crecemos ni somos. Porque somos sacerdotes y sacerdotisas que cada día miran al cielo buscando la luz del sol y de las estrellas, y a la tierra buscando pertenecer.
No nos damos cuenta de que hay vida en todo lo que nos rodea, solo necesitamos renovar nuestro vínculo con la tierra, con los animales, con las piedras, las montañas y los ríos. Renovar nuestro vínculo con el agua, con el sol, con el suelo que pisamos. Gracias, decimos. Y con esta sencilla palabra pronunciada con sentimiento, recuperamos la ceremonia en nuestro día a día, en lo cotidiano, y divinizamos nuestra existencia. La sacralizamos, y así, recordamos poco a poco que somos los sacerdotes y sacerdotisas de esta tierra preciosa. Y así, nuestra hambre de ceremonia, nuestra necesidad de vinculación y nuestra búsqueda de pertenencia, se encuentran en un solo lugar, íntimo, misterioso, desconocido y conocido a la vez, y que lo abarca todo. Y reconocemos así la dicha de ser humano a pesar de todo.

Con amor,

Noraya

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