Quedarse de más en el lugar equivocado - Virginia Gawel

Todas las mañanas salía a caminar bien temprano por la calle en la que vivo. Tengo la fortuna de estar frente a un bosque centenario, a cuya orilla mi paso firme dejaba huella en aquellos paseos. Y, para lo que deseo contarte, quisiera hacer hincapié en este concepto de la Psicología Transpersonal: cuando caminamos procurando estar presentes, lo que acontece es que la conciencia se amplía; nuestra interioridad se asoma a los sentidos para percibir lo extraordinario en lo común, los rastros de lo Sagrado allí, en una pluma que justo está en nuestro camino, una hierba de exótico color, una ardilla que se escurre entre la fronda… y también en los detalles que ofrece el caminar con esta actitud, aun en las grandes ciudades.
Si los sentidos están abiertos, la realidad nos nutre; nos provee un alimento tan indispensable como el aire o el agua. Sí: las impresiones. Y aquí quisiera decir esto: hay personas que están tristes, desmotivadas, mustias o inclusive irritadas, sólo porque el alimento sensorial que reciben es de mala calidad, y siempre el mismo. Están anémicas de impresiones: sus rutinas, sus lugares, sus conversaciones, sus vínculos, se han convertido en más de lo mismo, pero no relacionan su estado interno con esa pobreza en el alimento impresional (me permito acuñar esta expresión).
Mientras abrimos los sentidos sucede algo maravilloso: la mente racional comienza a aquietarse, los pensamientos parecen diluirse en un espacio más grande, en el que no molestan, como no molestan pequeñas motas de polvo en la abierta atmósfera. (Nuestros pensamientos se vuelven con frecuencia una sobrecarga interna cuando no los sumergimos en una percepción más abierta y terminamos intoxicados por nuestros propios procesos mentales).
Y ahora sí, te contaré lo que quería contarte. Te advierto que es algo triste, pero es necesario que lo cuente: una mañana, caminando junto al bosque, fui encontrando a mi paso los efectos de un viento fuerte que había sacudido a los árboles; cortezas de formas extrañas, ramas, líquenes desprendidos de los troncos… y algo más. Ese algo más constriñó mi corazón: se trataba de un nido de hornero que había caído al romperse la rama que lo sostenía. (Por si no conocieras el nido de este maravilloso pájaro, te cuento que es uno de los más asombrosos de la Naturaleza: casi esférico, amasado con barro, de compleja estructura, sólido, precioso…). El nido estaba totalmente deshecho, estampado contra la hierba del camino. Y lo más penoso fue que con el nido había caído el pájaro, que estaba muerto. Solo él: no había pichones ni huevos. Solo él.
Virginia Gawel

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