Simbolismo del perro

En sueños, el perro es compañía y es guía. Sobre todo, se espera que lo sea en el noveno sueño, que es el de la muerte, de donde magos y brujas de la antigüedad consideraron que proviene. De hecho, los perros descienden de animales nocturnos, cazadores de entre tinieblas, coyotes, lobos, hienas y chacales, por lo que ni siquiera son capaces de distinguir los colores y, en cambio, captan al instante la presencia de fuerzas malignas, a las que renunciaron al buscar la compañía humana y volverse solares, por lo que han quedado así como espléndidos intermediarios entre ambas dimensiones.

Por tanto, el perro sigue ligado a las divinidades lunares y a los elementos tierra y agua. Su naturaleza fundamental, adivinatoria, sexual y vegetativa, y su función trascendente es la de guía de los muertos, en la cual coinciden las más antiguas y apartadas culturas: la griega, la germana, la azteca y la china. Todavía hoy los indios lacandones de Guatemala y de México entierran a sus muertos entre cuatro figuras de perros de barro o de palma. El décimo tercer signo del zodiaco lunar azteca corresponde precisamente al perro y alude a la muerte.

Por supuesto, la llegada a este río, llamado de las nueve corrientes, no es inmediata. La mayoría coincide también en que el espíritu viaja durante cuarenta días para alcanzarlo, a partir del momento de la muerte. El humano es el único en cruzarlo, el perro permanece en la región astral, o del nahual. Son muchos también los que creen, como los aztecas, los mayas, los egipcios, y hoy todavía los celtas de Escocia y los francocanadienses, que hay manadas de perros, encargadas de distribuir a los hombres casi como lo hacen en la Tierra con las ovejas, siendo particularmente fuertes y activos los encargados de obligarlos a entrar en el infierno. Los francocanadienses añaden que la importancia del perro es decisiva en el Más Allá y que las almas buenas son guiadas por el afamado perro del cura de Brasparts, aldea bretona del municipio francés del distrito de Chateaulin.

Sería interminable la relación de todos los bienes y auxilios que desde la prehistoria los hombres han esperado del perro durante el viaje del Más Allá. Y bien puede usted esperar también mucho de los suyos. Los valores que en Oriente se atribuyen al perro oscilan entre lo propicio y lo nefasto, pues de una parte se reconoce su gran proximidad al concepto de espiritualidad trascendente, pero por otra se recuerda su parentesco con los cánidos de la noche. En China se recuerda particularmente que, al aparecerse El Gran Venerable en el monte T’ai-che, llevaba un perro amarillo atado con una cuerda al cuello. Y los aztecas aseguraban que el perro debía transportarlos a la otra orilla del Más Allá debía ser precisamente amarillo. Los chinos fabricaban perros de paja para propiciar los sueños trascendentes, combatir maleficios o aumentar la potencia de ciertos rituales. Así por ejemplo, Chuang-tse refiere que “ los perros de paja se guardaban antes de la ofrenda dentro de cofres envueltos en tela preciosa. Tras cumplirse la ofrenda al muerto eran quemados, pues, de haberlos utilizado nuevamente, cada uno de los miembros de la familia del difunto habría sido atormentado por pesadillas.”

Todas esas vertientes tienen un punto de unión con la vida cotidiana: el perro es representación del ser elemental de cada persona. De esta parte de sí misma espera el empuje, la capacidad de ver, buscar y hallar el camino en medio de la confusión que pueda embargar a su mente y a su espíritu. Al soñar con perros, en realidad se está haciendo un ruego a la propia parte animal, en el sentido que se presente, que surja y se manifieste para hacer algo que resuelva el estado de desconcierto, indecisión, ansiedad o pena en que se encuentre quien sueña.

Fuente: Enciclopedia de los Sueños, Armando Carranza

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