Niño interior - Ascención Belart

Todos albergamos en nuestro interior un «niño herido» que no fue amado incondicionalmente, que necesitó protegerse y cerrarse ante el dolor por ser demasiado vulnerable. Para sanar esa herida es necesario tomar contacto con ese «niño interior», ver dónde y de qué maneras fue herido, localizar ese dolor física y emocionalmente a fin de liberar la energía bloqueada. Ha de expresarse plenamente el dolor, la rabia, la culpabilidad, la impotencia, la tristeza y la soledad, y de esta manera se empieza a sanar. Ahora bien, no es suficiente entenderlo o comprenderlo mentalmente, se trata de sentirlo y hacerlo consciente de forma plena. Y a partir de ahí, amar a ese niño o niña incondicionalmente, aceptarle como es y respetar sus sentimientos.
Necesitamos contactar con nuestro niño interior, reconocerlo y aceptarlo en todas sus características. Tomar conciencia de la vulnerabilidad del niño que hemos sido y aún vive en nosotros. Al hacerlo, pueden surgir sentimientos de vergüenza, de soledad, de carencia, sentirse inadecuado o inapropiado en ciertos momentos. Hay que darle voz, dejar que cuente, que llore, que exprese sus miedos, limitaciones y necesidades, y posteriormente también las partes positivas, los sueños, deseos, inquietudes, intuiciones y creatividad.
En el proceso terapéutico lo que hacemos es curar las heridas de la infancia que generalmente dejan huellas físicas, mentales y emocionales. Se crea el espacio terapéutico adecuado en que se permite la expresión de las emociones que han sido reprimidas, se ofrece una mirada amorosa a aquellos aspectos ignorados o rechazados y se transforman las creencias que quedaron fijadas en la mente, que nos condicionan y limitan.
El niño es nuestra capacidad de sentir, de ser afectuosos, impulsivos, curiosos, creativos y sensuales, así como de asombrarnos, entusiasmarnos, alegrarnos, inventarnos juegos, fantasear y soñar. El niño natural también es miedoso, teme caer o ser abandonado, es egocéntrico y egoísta, y siempre quiere más; es manipulador y rebelde cuando se ve frustrado, y por encima de todo cree en la magia de la vida.
El niño arquetípico vive el momento, es sincero e ingenuo, manifiesta la alegría de vivir, no juzga o condena, está abierto, receptivo y en constante crecimiento. Le gusta aprender, explorar y curiosear. Es sencillo y sin complicaciones, y sus emociones son intensas. También tiene la capacidad de perdonar y olvidarse fácilmente, de pasar de una cosa a otra sin apegos.
Es necesario escuchar y dar voz a ese niño interior, que exprese sus dolores, vergüenza, sentimientos de abandono, la sensación de no ser visto ni tenido en cuenta. Es esencial tomar conciencia del diálogo interno −a veces descalificador, otras boicoteador− que establecemos a través de las voces internalizadas de los progenitores. Cuando en la terapia exteriorizamos esa voz interior, se produce un proceso de catarsis, es decir, de drenaje y purificación, lo que conduce a la comprensión y curación. Hay que transformar ese diálogo interno en otro que sea afectuoso y alentador, que brinde apoyo, y convertirse exactamente en el padre y la madre que uno necesitó. Podemos elegir entre ser nuestro mayor enemigo o nuestro mejor aliado, depende de si nos rechazamos o decidimos aceptamos plenamente.

Ascensión Belart
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