¿Por qué debemos todos pensar sobre nosotros como pecadores?


Una de las ideas más extrañas que legadas a nosotros por la religión es la noción de que debe ser sabio y socialmente benéfico pensar en nosotros mismos como siendo, cada uno de nosotros, pecadores.
Esto parece, a primera vista, aparentemente falso y profundamente inútil. La gran mayoría de nosotros no ha cometido un crimen particularmente atroz y puede sentirse comprensiblemente atacado y avergonzado por tener que cargar un título tan oscuro y tan arcaico. Además, una carga de culpa no específica parece como una ruta segura hacia una moral dañada y una personalidad perseguida.
Pero el contra-argumento es así. En pocas palabras: las únicas personas que pueden contarse como buenas son aquellas que están modesta y abiertamente preparadas para reconocer su potencial y tendencias activas para ser menos que perfectas. Y las realmente malas y peligrosas entre nosotros son aquellos que nunca han sospechado que pueden hacer tales cosas.
Esto, en otras palabras, es una sensación de inocencia y pureza que vuelve a las personas desagradables y peligrosas, ya que elimina su capacidad de instrospección, moderación, culpa y expiación, los ingredientes sobre los cuales la verdadera bondad es fundada. Las buenas personas no carecen de defectos; ellos son solo inusualmente conscientes de ellos e inusualmente comprometidos con superarlos. Solamente con un grado constante de duda y autoreflexión podemos chequear nuestra miriada de tendencias hacia la arrogancia y la crueldad inherentes. Los verdaderos monstruos son aquellos que sienten que nunca podrían ser nada más que intachables, que están enamorados de una sensación de su propia virtud.
Necesitamos aceptar con gracia que somos genios en fijarnos en los males de otros y en suprimir la evidencia de nuestras naturalezas menos que ideales. Podemos ver las mentiras en otros tan claramente, nuestra propia deshonestidad es francamente siempre una sorpresa muy real. La agresión, estupidez y pura maldad exhibida por ellos - el objetivo de nuestra rabia - nos deja inmediatamente indignados y apasionados. Pero que hemos sido menos perfectos en otra área, eso permanece como noticia confusa y desconocida.
El pecado cardinal aquí es un sentimiento de rectitud. Estar en lo correcto y ser correcto son conceptos dolorosamente diferentes. Cuando estamos en lo correcto, lo estamos dentro de un contexto específico, pero no tenemos garantía de estarlo nuevamente. El momento de corrección tiene que ser ganado, nunca asumido. Sin embargo, somos rectos, nos sentimos correctos no solo en esta ocasión sino en todas las demás. Confiamos en nosotros mismos para estar sobre el mal - y entonces lo hacemos con particular insidia.
Un sentido de pureza es un error particular del adolescente - y de la mentalidad adolescente- porque es probable que no han pecado aún - o solamente en formas que están escondidas, incipientes y tentativas. Ellos buscan solo la evidencia de los pecados en sus mayores y superiores. Cuán normal es concluir entonces que ellos deben ser buenos en sí mismos - y que es el resto del mundo que siempre será corrupto y perverso. No es una coincidencia que en los ejércitos revolucionariss, han sido tradicionalmente los soldados más jóvenes, los más convencidos de su propia pureza, quienes han mostrado la mayor crueldad con el enemigo.
Una buena comunidad no es una en la que hay una sensación de que todos pueden un día ser puros, sino una con un sentido de qué tan cerca está uno de ser malo, lo que genera un compromiso grupal con aumentar la autoobservación, la confesión, la culpa productiva, la tolerancia, la comprensión y la bondad en circulación.
Las personas buenas nunca permiten que la corrección de una causa específica con la que están involucrados funcione como una excusa para abandonar las maneras, la tolerancia y la modestia. Las personas que piensan que son buenas, no son tal cosa: solo les falta imaginación y auto-conocimiento. La evidencia estaría allí si hubiera ojos lo suficientemente abiertos para verla.
Lejos de rebajarnos, la idea de que todos somos pecadores es la garantía más segura de virtud.

LIBRO DE LA VIDA
CAPITULO 3. AUTO-CONOCIMIENTO: CRECIMIENTO & MADUREZ

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