La Obligación de triunfar - Juliana Londoño

Nacer con la obligación de triunfar, de triunfar y no tener el mismo deber de fracasar, porque fracasar no está en el diccionario de los manuales ideales de vida, porque si fracasas una vez te tildarán de fracasado y los fracasados no sirven para algo distinto que llevar ese título como el único premio, un premio con el que se gana un cupo en los lugares del olvido y, también, en los juicios ajenos, que te sentencian con tal facilidad como si los zapatos fueran propios.
Fracasar, un verbo que hay que pasar por alto, que hay que decir en voz baja, que no hay que pronunciar con mayor entonación, que hay que relevar por otros más.
No podemos fracasar porque es sinónimo de desacierto y los desaciertos no están dentro de los estándares, esos que la sociedad nos impone con vehemencia y a la vez con la sutilidad del que causa daño sin hacer mucho ruido. No se nos admite fracasar en un mundo donde el éxito se ve instantáneo, sin altibajos, sin esfuerzos, sin incertidumbres, sin caídas para detenerse, donde el éxito ocurre en lo que el cielo pasa de la penumbra al amanecer. Y suponemos, con fanatismo, que ese es el lugar indicado para estar, para vivir, para permanecer, porque no basta con triunfar una vez, hay que extender ese triunfo a lo que dure la vida misma, para que así sea una vida digna de apreciar, de contar, para que así sea una vida.
Nos repetimos hasta el cansancio que vinimos, que estamos para triunfar y, por ello, tenemos la obligación de hacerlo, de hacerlo por encima de todo y sin pretextos de nada. En ese recorrido, en el que no se admiten preguntas, nos cansamos, y como era de esperarse, nos equivocamos, nos equivocamos y se nos olvida por mucho más tiempo del que deberíamos que no siempre la cima alta que estamos viendo es el triunfo y tampoco el punto al que hemos llegado es el fracaso, aunque nos hayan enseñado, de generación en generación, que así se les dice a las pausas en el camino: fracasos. En cambio, lejos están de serlo; aquellas son paradas técnicas, inhalaciones para desintoxicar la mente, respiros en medio de la presión: algunos cortos, otros de largo aliento.
Cuánto bien nos haríamos trocando algunos significados: triunfo por alegría, fracaso por pausa, éxito por armonía, error por entrenamiento, a ver si entendemos que en el argot no son más que palabras vacías cuando sugieren un colectivo y palabras que toman sentido cuando se definen por un historial personal; por supuesto, a falta de inspiración, aprendimos a tergiversarlas para que todo el discurso de que el triunfo justifica los medios encaje con un cinismo que asusta.
Fuente: http://www.elespectador.com/noticias/cultura/la-obligacion-de-triunfar-articulo-702543

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