Armonía entre el consciente y el inconsciente - C. G. Jung

"Todos hacemos parte de un mundo de sumisión a las fuerzas de la existencia. Todos estamos condicionados por la influencia de nuestros padres, por nuestro entorno y por una tradición de pensamiento que hemos heredado de las generaciones anteriores. Cada individuo está de hecho constituído por un conjunto de creencias, de opiniones y de conceptos que camuflan su Yo verdadero. El vocablo que designa lo humano en sánscrito quiere decir "aquel que mide". Así el ser humano es un espíritu que mide, que evalúa todo.
Así nos encontramos en un mundo de límites y de restricciones, hasta que nos despertamos a nuestras potencialidades interiores y cada niño que nace en este mundo es una encarnación de lo Eterno. Venimos al mundo para conocer la alegría de descubrir nuestra verdadera naturaleza. Si nuestras fuerzas interiores pudieran ejercitarse sin obstáculos nosotros no podríamos descubrir jamás lo que somos verdaderamente. Es porque tenemos la elección de utilizar nuestras fuerzas positivamente o negativamente que podemos crecer, evolucionar y deducir de ellas algunas leyes de la existencia. Todos estamos encadenados por nuestra primera educación, hasta que descubrimos las capacidades creativas de neustro espíritu, que nos permite cambiar nuestras condiciones y realizar nuestros deseos más queridos.
Descubriendo las leyes mentales y espirituales de la existencia, nos liberamos del yugo de las circunstancias. El mundo de las opiniones y de las falsas apariencias pierde así su control casi hipnótico sobre nosotros. Para llegar a despertar en nosotros esas fuerzas supremas, debemos dejar de conducirnos como niños y romper la identificación infantil con nuestro ser corporal. Debemos prover que no somos la carne sino que funcionamos simplemente en la carne. Todos nuestros pensamientos y emociones, nuestros sentimientos y nuestros sueños son invisibles, no podemos ver tampoco nuestra alma, ni nuestra mente, nuestra fe, nuestro amor, nuestra alegría, nuestras penas, que son todas también cosas invisibles. ¡Pero sin embargo, son ellas las que nos constituyen! Somos entonces mucho más que neustros cuerpos solamente que no son sino una manifestación de nuestra mente en la materia.
La mayor parte de los niños que son el fruto del amor vienen al mundo sanos y excentos de discapacidad. Ellos ignoran durante su juventud la enfermedad, desbordan energía, alegría y entusiasmo. Ellos no son tocados por las guerras, ni por los crímenes, ni por la inhumanidad de los humanos hacia sus semejantes. En la cuna son inocentes y juegan ciertamente en su imaginación con los ángeles. Sus facultades son también utilizadas de forma activa y positiva pero ellos se vuelven, con el tiempo, más pasivos y receptivos y sumisos a las experiencias negativas y a las concepciones falsas.
Existe también al interior de cada individuo un potencial, una trinidad de fuerzas que permiten superar los obstáculos y realizar las ideas como forma, experiencia y eventos. Las doctrinas trinitarias existían mucho antes de la llegada del cristianismo en India, en Babilonia, en China, en Egipto y en los países nórdicos. En china, esta trinidad estaba formada por el padre, la madre y el hijo, es decir la idea, el sentimiento y el evento. Hace falta al comienzo dos elementos para formar un tercero. Un pensamiento claro y definido y el calor de nuestros sentimientos pueden conjugarse en un tercer término que será el cumplimiento de nuestra oración. 
Es de la interacción de los principios masculinos y femeninos en nuestro interior, o en otros términos, de la dinámica de nuestro inconsciente y de nuestro consciende, de donde nacen todas nuestras experiencias, positivas o negativas. La parte inconsciente de neustro espíritu puede ser representada por la imagen de la mujer y la parte consciente por la del hombre.
Se pueden considerar nuestros pensamientos, nuestras metas y nuestras ambiciones como constituyentes del elemento masculino de nuestra personalidad, y nuestros sentimientos, nuestra fe, nuestra receptividad, como el elemento femenino. Una relación armoniosa entre estos dos elementos aporta salud, el éxito y la alegría. Estos dos principios coexisten en todos los seres, y es gracias a ellos que llegamos a expresar plenamente lo que sentimos y consideramos como verdadero en lo más profundo de nosotros mismos.
Cuando el pensamiento y el sentimiento se unen para ser uno, ese "uno" es una manifestación de lo Eterno, de Dios que actúa. La fuerza cradora divina se ejerce entonces concretamente, ya sea como poder de sanación, sea como iniciativa, o sea en la facultad de encontrar su verdadero lugar en el mundo. No existe sino una sola fuerza creativa en el universo entero y esta fuerza llamémosla Dios. Descubriendo el poder de nuestros pensamientos y de nuestros sentimiento, descubrimos al mismo tiempo el poder de Dios en nosotros.
Todas las pruebas, las calamidades y los sufrimientos que marcan la existencia humana vienen de la falta de armonía entre el consciente y el inconsciente, entre los aspectos masculinos y femeninos de nuestra mente. Cuando imponemos conceptos justos al inconsciente, estos generan en nosotros sentimientos positivos. Entonces, la cabeza y el corazón, los principios femenino y masculino, trabajan en la unidad y en la armonóa. En el momento en que nuestros pensamientos están marcados por el miedo, el vicio o la voluntad de destrucción, generan en los pliegues más secretos de nuestro inconsciente sentimientos negativos muy poderosos. Estas emociones reprimidas dentro denosotros forman los complejos y ya que una emoción debe absolutamente exprsarse de una forma o de otra, puede dar nacimiento a aberraciones físicas y mentales funestas."

Carl Jung « Dialéctica del yo y del inconsciente »
Traducción libre

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