Cambios de rumbo - Fabiana Fondevilla
Libros, videos, cursos y seminarios prometen convertirnos en una versión mejorada de nosotros mismos. Pero detrás de promesas de transformación instantánea, algunos se animan a profundizar en serio
Optimice sus finanzas en diez pasos. Adquiera confianza y ya no la pierda. Descubra las siete leyes del éxito. Reencienda la pasión por su pareja. Las promesas de reinvención nos persiguen desde las tapas de libros, programas de TV y talleres de todo tenor. Tras décadas de instalada la cultura de la autoayuda, habría que preguntarse: ¿mejoró en algo la vida de la gente?
Si bien el boom del género literario conocido como autoayuda o desarrollo personal se afianzó en el último cuarto del siglo XX, y muy especialmente en la década del 90, la idea de ofrecer instrucciones para vivir mejor es lejana. Ya en la antigua Roma, Cicerón daba consejos sin tregua en tratados como Sobre la amistad y Sobre el deber; Ovidio hacía lo propio en El arte del amor, y los egipcios de la época de los faraones aprendían cómo manejarse con unos tomos titulados, sin rodeos, Códigos de conducta. Podría argumentarse también que la Biblia es el best-seller absoluto de los manuales para el buen vivir, con legiones de fieles seguidores.
Pero la cultura de la autoayuda de esta era tiene algunas características propias. Con su impronta de positivismo new age, esta corriente instaló entre sus adeptos la ilusión de la metamorfosis sin límites. Según han postulado muchos de sus gurúes, todo descansa en la intención correcta: si uno se queda corto en el camino al éxito, la fama, la paz mental, la salud perfecta o la iluminación (según la meta de cada uno), no hay a quién culpar más que a uno mismo.
No caben dudas de la seducción de esas propuestas. En los Estados Unidos, uno de los países gestores del fenómeno, entre 1991 y 1996 la venta de libros de autoayuda creció en un 96 por ciento. Hoy, este segmento de la industria editorial genera unos dos mil millones de dólares por año. También está comprobado que los consumidores de estos productos suelen tener un comportamiento adictivo: apenas terminan un libro, taller o curso, ya van en busca del próximo.
Pero aún esta industria megaexitosa no ha podido responder a la pregunta: ¿es posible cambiar a voluntad? Para saberlo, mejor definir antes cambiar.
Estanislao Bachrach, biólogo argentino formado en Harvard y autor del exitoso Ágilmente, acaba de publicar un segundo libro, titulado En cambio. Aprendé a modificar tu cerebro para cambiar tu vida. En él da cuenta de que el cerebro es mucho más maleable de lo que alguna vez se pensó, y propone una suerte de neuroplasticidad dirigida: técnicas y ejercicios pensados para inclinar nuestros pensamientos y emociones en la dirección del cambio positivo.
Pero aun con una mirada optimista, el autor advierte que el cambio conlleva siempre algún grado de dolor o incomodidad, algo que el cerebro evita a toda costa, como mecanismo de autopreservación. Por esta razón se necesita trabajar duro para convencerlo de que el nuevo hábito o actitud que elegimos redundará en nuestro beneficio a mediano o largo plazo.
¿Todo el mundo está dispuesto a hacer ese esfuerzo? "No responde Bachrach con contundencia. Algunos no pueden, porque sus vidas son muy duras y no tienen el tiempo ni la energía necesaria. Otros quieren, pero se desestimulan ante el primer escollo. Y otros no quieren. Con mi equipo hemos visto que sólo el 10 o 15 por ciento de quienes dicen querer obrar cambios están verdaderamente convencidos de hacerlo." Una primera premisa, entonces, es la sincera voluntad de salir de la zona de confort. Y una vez que hay una intención genuina de virar el rumbo, ¿se pueden hacer cambios profundos, o son apenas leves golpes de timón?
Virginia Gawel es psicóloga, directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, y difusora del paradigma de la Psicología Transpersonal, que integra los saberes de Oriente y Occidente y suma una mirada espiritual. Dice: "Si hablamos en términos de cambiar, me gusta verlo como un movimiento vertical, en espiral ascendente: hay personas que, trabajando sobre sí, suben un círculo más, y otro, y otro, a lo largo de su vida, de manera que podríamos decir que son las mismas que al partir y a la vez distinta su mirada, pues tienen una perspectiva de quiénes son y de la realidad más amplia, más profunda, más vasta. Allí la palabra cambio sería equivalente a transmutación: como cuando el carbono más rústico, luego de largo proceso, deviene diamante".
Pero si ese movimiento es horizontal, continúa Gawel, la persona va haciendo "pseudocambios en los que va rotando en el mismo nivel de conciencia, curioseando en intereses variados, pero sin un verdadero proceso de ahondamiento. Serán cambios adaptativos para asegurarse de que todo siga igual". En esta perspectiva hay un ingrediente poco vendedor para la cultura de la satisfacción instantánea: el esfuerzo.
Los libros serios de divulgación pueden ser un umbral "para salir hacia el camino, siempre y cuando se ande luego el camino concluye Gawel. Con leer no alcanza. Es necesario practicar, sumergirse en lo que a uno le pasa y, como sucede con la salud física, hay que asegurarse de no estar sustituyendo con un libro a un especialista que pueda acompañarnos en lo que nos sucede".
Más complejo es el proceso que se da con talleres, cursos y seminarios. Tan complejo, que hasta se le ha dado nombre a una distorsión que provocan: Síndrome de seminario de fin de semana. Consiste en lo siguiente: las personas comparten, por espacio de horas o de días, una serie de prácticas en armoniosa convivencia. En el transcurso de esa vivencia experimentan emociones intensas y a veces, hasta la impresión de una iluminación repentina. Se van prestos y ávidos de emprender una nueva vida. ¿Qué queda de esa transmutación dos semanas más tarde? Según muestran estudios: poco y nada.
Entonces, la pregunta: ¿qué falló? Michael Murphy, creador del centro de estudios Esalen, en Big Sur, California, que en los años 60 echó a rodar el movimiento del potencial humano, fue uno de los primeros en detectar este fenómeno. Extendió primero los talleres para que abarcaran semanas, y luego meses, pero el retroceso ocurría de todos modos, tan seguro como el éxtasis del comienzo. En un libro que escribió en coautoría con George Leonard, llega a la conclusión de que el único cambio verdadero viene de la mano de la práctica sostenida.
He aquí entonces el segundo ingrediente en la receta del cambio genuino: la acción consecuente en el tiempo.
Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, y autora de Mindset (o La actitud del éxito), un libro pionero en el área de la investigación psicológica y social, instaló un nuevo concepto en el vocabulario de las ciencias sociales: growth mindset, que significa esquema mental de crecimiento. Esta actitud distingue a las personas que ven en los desafíos, e incluso en los fracasos, una oportunidad de expandir sus capacidades, y no un motivo para desistir. Su opuesto es el esquema mental fijo, que describe a quienes están convencidos de que todos venimos al mundo con un abanico más o menos inamovible de competencias. La neurología le da la razón a la primera postura, ya que todo reto superado traza nuevas conexiones neuronales e incrementa los recursos a nuestra disposición a futuro.
En sondeos con estudiantes universitarios, la investigadora halló que aquellos jóvenes con un esquema mental fijo no lograban reponerse de una mala nota, y gastaban más energía en intentar mostrarse inteligentes y tapar sus errores que en aprender. Por el contrario, sus pares con mentalidad de crecimiento tendían a repasar sus fallas y a derivar de ellos útiles lecciones.
Entre las derivaciones prácticas de su hallazgo, Dweck dio un consejo útil de crianza: para que nuestros hijos desarrollen una mentalidad de crecimiento, es importante no alentar tanto sus logros como sus procesos y, sobre todo, su empuje para sortear dificultades. Ahí aparece la tercera premisa: estar dispuesto a retroceder varios casilleros y volver al juego, sin vergüenza, temores ni resentimientos.
Pero aun tratándose de grandes grupos, explica Herrscher, los cambios siempre empiezan a nivel individual. "Lo primero es que las personas puedan hacerse cargo de lo que sienten y de cómo ven las cosas que ocurren, en lugar de proyectarlas en los demás. Que alguien pueda decir Me siento poco valorado en vez de No me valoran o Quizá no me hago entender bien en lugar de Nunca me escuchan, ya es un cambio importante de perspectiva dice la coach. Cuando veo al mismo grupo en momentos distintos, percibo cómo han podido empezar a hablar de cosas de las que antes no podían, y esto en sí ya mueve algo. En mi experiencia, el mayor problema en los grupos de trabajo no es técnico, el obstáculo importante está en todo aquello que no se habla, sea porque no se ve o porque no se logra expresar." En esta línea, un cuarto elemento facilitador del cambio sobre todo en los vínculos es la autoobservación y el poder tomar responsabilidad por la forma de ver y actuar de cada uno en el mundo. El crecimiento, al parecer, también empieza por casa.
"Como todo, el afán de cambio puede encararse de manera sana o menos sana. Pero el impulso de mejorar no sólo es apropiado, sino necesario. La vida es una escuela, y nos trae la misma lección una y otra vez, hasta que la aprendemos." Esto dice Terry Patten, consultor, conferencista internacional y coautor con Ken Wilber del libro La práctica integral de vida. Programa orientado al desarrollo de la salud física, el equilibrio emocional, la lucidez mental y el despertar espiritual del ser humano del siglo XXI. Wilber es un filósofo contemporáneo que se propuso la titánica tarea de compaginar todos los saberes acuñados por la humanidad en una sola multifacética teoría (que expuso en un tomo titulado, sin falsas modestias, Una teoría de todo). Pero habiendo desarrollado la teoría llegó luego el momento de bajarla a tierra y proponerle a la gente una manera de poder llevar adelante una vida integral, en la que ningún aspecto importante de su existencia quedara a la deriva.
Esta práctica integral que proponen Wilber y Patten consiste en una síntesis de los principios más importantes de las antiguas escuelas místicas con los postulados de la ciencia y la psicología moderna. En diálogo con la Revista, Patten explica: "El desafío de nuestro tiempo es que vivimos en un momento de gran privilegio, tenemos acceso a tanta información, tanta sabiduría, y, al mismo tiempo, nos cuesta lidiar con este volumen de información".
En tren de orientar, Wilber y Patten proponen un amplio menú de prácticas divididas en cuatro grandes áreas: mente, cuerpo, espíritu, y sombra. Esta última categoría abarca el trabajo con las propias emociones (a través de algún tipo de psicoterapia, o de exploraciones individuales). Y si bien el consejo es optar por prácticas afines a la propia vida y personalidad, hay algunas técnicas prioritarias por su comprobado efecto impulsor del crecimiento. Una es la meditación, o alguna forma de práctica contemplativa.
Pero más allá de cuál sea el vehículo que opte cada uno para avanzar, Patten concibe la vida como un proceso direccional. "A medida que crecemos, empezamos a ver que cada momento es una clase abierta del universo. Y al tomar conciencia de este viaje en el que estamos embarcados, notamos también las pequeñas elecciones que se hacen presentes en cada instante. Así como Viktor Frankl señaló que, aun en las condiciones extremas de un campo de concentración, algunas personas se volvieron amorosas y beatíficas, mientras que otras se degradaron, también nosotros tenemos la posibilidad de elegir a cada momento el camino a seguir."
No hay entonces fórmulas para el cambio, pero sí, coinciden, caminos propicios. Ser flexibles, persistentes, volver al ruedo cuantas veces haga falta; observarse cada uno, esforzarse, comprometerse. Y no olvidar aquello que dicen los sabios al final del camino: que al cambio, como al pan fresco y los buenos amores, hay que volver a amasarlo cada día.
Tomado de: http://www.lanacion.com.ar/1726429-cambios-de-rumbo
Optimice sus finanzas en diez pasos. Adquiera confianza y ya no la pierda. Descubra las siete leyes del éxito. Reencienda la pasión por su pareja. Las promesas de reinvención nos persiguen desde las tapas de libros, programas de TV y talleres de todo tenor. Tras décadas de instalada la cultura de la autoayuda, habría que preguntarse: ¿mejoró en algo la vida de la gente?
Si bien el boom del género literario conocido como autoayuda o desarrollo personal se afianzó en el último cuarto del siglo XX, y muy especialmente en la década del 90, la idea de ofrecer instrucciones para vivir mejor es lejana. Ya en la antigua Roma, Cicerón daba consejos sin tregua en tratados como Sobre la amistad y Sobre el deber; Ovidio hacía lo propio en El arte del amor, y los egipcios de la época de los faraones aprendían cómo manejarse con unos tomos titulados, sin rodeos, Códigos de conducta. Podría argumentarse también que la Biblia es el best-seller absoluto de los manuales para el buen vivir, con legiones de fieles seguidores.
Pero la cultura de la autoayuda de esta era tiene algunas características propias. Con su impronta de positivismo new age, esta corriente instaló entre sus adeptos la ilusión de la metamorfosis sin límites. Según han postulado muchos de sus gurúes, todo descansa en la intención correcta: si uno se queda corto en el camino al éxito, la fama, la paz mental, la salud perfecta o la iluminación (según la meta de cada uno), no hay a quién culpar más que a uno mismo.
No caben dudas de la seducción de esas propuestas. En los Estados Unidos, uno de los países gestores del fenómeno, entre 1991 y 1996 la venta de libros de autoayuda creció en un 96 por ciento. Hoy, este segmento de la industria editorial genera unos dos mil millones de dólares por año. También está comprobado que los consumidores de estos productos suelen tener un comportamiento adictivo: apenas terminan un libro, taller o curso, ya van en busca del próximo.
Pero aún esta industria megaexitosa no ha podido responder a la pregunta: ¿es posible cambiar a voluntad? Para saberlo, mejor definir antes cambiar.
Estanislao Bachrach, biólogo argentino formado en Harvard y autor del exitoso Ágilmente, acaba de publicar un segundo libro, titulado En cambio. Aprendé a modificar tu cerebro para cambiar tu vida. En él da cuenta de que el cerebro es mucho más maleable de lo que alguna vez se pensó, y propone una suerte de neuroplasticidad dirigida: técnicas y ejercicios pensados para inclinar nuestros pensamientos y emociones en la dirección del cambio positivo.
Pero aun con una mirada optimista, el autor advierte que el cambio conlleva siempre algún grado de dolor o incomodidad, algo que el cerebro evita a toda costa, como mecanismo de autopreservación. Por esta razón se necesita trabajar duro para convencerlo de que el nuevo hábito o actitud que elegimos redundará en nuestro beneficio a mediano o largo plazo.
¿Todo el mundo está dispuesto a hacer ese esfuerzo? "No responde Bachrach con contundencia. Algunos no pueden, porque sus vidas son muy duras y no tienen el tiempo ni la energía necesaria. Otros quieren, pero se desestimulan ante el primer escollo. Y otros no quieren. Con mi equipo hemos visto que sólo el 10 o 15 por ciento de quienes dicen querer obrar cambios están verdaderamente convencidos de hacerlo." Una primera premisa, entonces, es la sincera voluntad de salir de la zona de confort. Y una vez que hay una intención genuina de virar el rumbo, ¿se pueden hacer cambios profundos, o son apenas leves golpes de timón?
Virginia Gawel es psicóloga, directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, y difusora del paradigma de la Psicología Transpersonal, que integra los saberes de Oriente y Occidente y suma una mirada espiritual. Dice: "Si hablamos en términos de cambiar, me gusta verlo como un movimiento vertical, en espiral ascendente: hay personas que, trabajando sobre sí, suben un círculo más, y otro, y otro, a lo largo de su vida, de manera que podríamos decir que son las mismas que al partir y a la vez distinta su mirada, pues tienen una perspectiva de quiénes son y de la realidad más amplia, más profunda, más vasta. Allí la palabra cambio sería equivalente a transmutación: como cuando el carbono más rústico, luego de largo proceso, deviene diamante".
Pero si ese movimiento es horizontal, continúa Gawel, la persona va haciendo "pseudocambios en los que va rotando en el mismo nivel de conciencia, curioseando en intereses variados, pero sin un verdadero proceso de ahondamiento. Serán cambios adaptativos para asegurarse de que todo siga igual". En esta perspectiva hay un ingrediente poco vendedor para la cultura de la satisfacción instantánea: el esfuerzo.
Los libros serios de divulgación pueden ser un umbral "para salir hacia el camino, siempre y cuando se ande luego el camino concluye Gawel. Con leer no alcanza. Es necesario practicar, sumergirse en lo que a uno le pasa y, como sucede con la salud física, hay que asegurarse de no estar sustituyendo con un libro a un especialista que pueda acompañarnos en lo que nos sucede".
Más complejo es el proceso que se da con talleres, cursos y seminarios. Tan complejo, que hasta se le ha dado nombre a una distorsión que provocan: Síndrome de seminario de fin de semana. Consiste en lo siguiente: las personas comparten, por espacio de horas o de días, una serie de prácticas en armoniosa convivencia. En el transcurso de esa vivencia experimentan emociones intensas y a veces, hasta la impresión de una iluminación repentina. Se van prestos y ávidos de emprender una nueva vida. ¿Qué queda de esa transmutación dos semanas más tarde? Según muestran estudios: poco y nada.
Entonces, la pregunta: ¿qué falló? Michael Murphy, creador del centro de estudios Esalen, en Big Sur, California, que en los años 60 echó a rodar el movimiento del potencial humano, fue uno de los primeros en detectar este fenómeno. Extendió primero los talleres para que abarcaran semanas, y luego meses, pero el retroceso ocurría de todos modos, tan seguro como el éxtasis del comienzo. En un libro que escribió en coautoría con George Leonard, llega a la conclusión de que el único cambio verdadero viene de la mano de la práctica sostenida.
He aquí entonces el segundo ingrediente en la receta del cambio genuino: la acción consecuente en el tiempo.
Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, y autora de Mindset (o La actitud del éxito), un libro pionero en el área de la investigación psicológica y social, instaló un nuevo concepto en el vocabulario de las ciencias sociales: growth mindset, que significa esquema mental de crecimiento. Esta actitud distingue a las personas que ven en los desafíos, e incluso en los fracasos, una oportunidad de expandir sus capacidades, y no un motivo para desistir. Su opuesto es el esquema mental fijo, que describe a quienes están convencidos de que todos venimos al mundo con un abanico más o menos inamovible de competencias. La neurología le da la razón a la primera postura, ya que todo reto superado traza nuevas conexiones neuronales e incrementa los recursos a nuestra disposición a futuro.
En sondeos con estudiantes universitarios, la investigadora halló que aquellos jóvenes con un esquema mental fijo no lograban reponerse de una mala nota, y gastaban más energía en intentar mostrarse inteligentes y tapar sus errores que en aprender. Por el contrario, sus pares con mentalidad de crecimiento tendían a repasar sus fallas y a derivar de ellos útiles lecciones.
Entre las derivaciones prácticas de su hallazgo, Dweck dio un consejo útil de crianza: para que nuestros hijos desarrollen una mentalidad de crecimiento, es importante no alentar tanto sus logros como sus procesos y, sobre todo, su empuje para sortear dificultades. Ahí aparece la tercera premisa: estar dispuesto a retroceder varios casilleros y volver al juego, sin vergüenza, temores ni resentimientos.
Qué ves cuando te ves
El arte de transmutar tampoco resulta sencillo cuando se aborda en el contexto de un grupo. Una de las alternativas que cobra fuerza hoy en el área de Recursos Humanos de las empresas es el coaching ontológico, una disciplina que propicia la transformación a nivel individual, y también colectiva. Carola Herrscher, coach ontológico y codirectora de Nuevas Miradas en Organizaciones, subraya el elemento clave: "El coaching desafía a la persona en sus juicios y preconceptos acerca de sí mismo. El objetivo es ayudarla a ampliar su mirada, para que pueda ver otras opciones más generativas, que enriquezcan su capacidad de acción. Uno de los postulados que manejamos es que el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que también la crea, y por eso que buscamos que las personas puedan rever sus discursos y cambiar sus interpretaciones sobre lo que les pasa".Pero aun tratándose de grandes grupos, explica Herrscher, los cambios siempre empiezan a nivel individual. "Lo primero es que las personas puedan hacerse cargo de lo que sienten y de cómo ven las cosas que ocurren, en lugar de proyectarlas en los demás. Que alguien pueda decir Me siento poco valorado en vez de No me valoran o Quizá no me hago entender bien en lugar de Nunca me escuchan, ya es un cambio importante de perspectiva dice la coach. Cuando veo al mismo grupo en momentos distintos, percibo cómo han podido empezar a hablar de cosas de las que antes no podían, y esto en sí ya mueve algo. En mi experiencia, el mayor problema en los grupos de trabajo no es técnico, el obstáculo importante está en todo aquello que no se habla, sea porque no se ve o porque no se logra expresar." En esta línea, un cuarto elemento facilitador del cambio sobre todo en los vínculos es la autoobservación y el poder tomar responsabilidad por la forma de ver y actuar de cada uno en el mundo. El crecimiento, al parecer, también empieza por casa.
La vida como escuela
Preguntas más radicales: ¿hasta dónde cambiar? ¿Cuándo darnos por satisfechos con lo logrado y dedicarnos a disfrutar de los logros obtenidos? Si no lo hacemos, ¿podría ocurrir que, en el afán de renovación constante, nos olvidemos de aquella otra asignatura, la de pura y sencillamente ser?"Como todo, el afán de cambio puede encararse de manera sana o menos sana. Pero el impulso de mejorar no sólo es apropiado, sino necesario. La vida es una escuela, y nos trae la misma lección una y otra vez, hasta que la aprendemos." Esto dice Terry Patten, consultor, conferencista internacional y coautor con Ken Wilber del libro La práctica integral de vida. Programa orientado al desarrollo de la salud física, el equilibrio emocional, la lucidez mental y el despertar espiritual del ser humano del siglo XXI. Wilber es un filósofo contemporáneo que se propuso la titánica tarea de compaginar todos los saberes acuñados por la humanidad en una sola multifacética teoría (que expuso en un tomo titulado, sin falsas modestias, Una teoría de todo). Pero habiendo desarrollado la teoría llegó luego el momento de bajarla a tierra y proponerle a la gente una manera de poder llevar adelante una vida integral, en la que ningún aspecto importante de su existencia quedara a la deriva.
Esta práctica integral que proponen Wilber y Patten consiste en una síntesis de los principios más importantes de las antiguas escuelas místicas con los postulados de la ciencia y la psicología moderna. En diálogo con la Revista, Patten explica: "El desafío de nuestro tiempo es que vivimos en un momento de gran privilegio, tenemos acceso a tanta información, tanta sabiduría, y, al mismo tiempo, nos cuesta lidiar con este volumen de información".
En tren de orientar, Wilber y Patten proponen un amplio menú de prácticas divididas en cuatro grandes áreas: mente, cuerpo, espíritu, y sombra. Esta última categoría abarca el trabajo con las propias emociones (a través de algún tipo de psicoterapia, o de exploraciones individuales). Y si bien el consejo es optar por prácticas afines a la propia vida y personalidad, hay algunas técnicas prioritarias por su comprobado efecto impulsor del crecimiento. Una es la meditación, o alguna forma de práctica contemplativa.
Pero más allá de cuál sea el vehículo que opte cada uno para avanzar, Patten concibe la vida como un proceso direccional. "A medida que crecemos, empezamos a ver que cada momento es una clase abierta del universo. Y al tomar conciencia de este viaje en el que estamos embarcados, notamos también las pequeñas elecciones que se hacen presentes en cada instante. Así como Viktor Frankl señaló que, aun en las condiciones extremas de un campo de concentración, algunas personas se volvieron amorosas y beatíficas, mientras que otras se degradaron, también nosotros tenemos la posibilidad de elegir a cada momento el camino a seguir."
¿Hay algún parámetro para ayudarnos a elegir bien?
Hay tres senderos firmes hacia el crecimiento:- uno es sostener una práctica diaria. En general, esto significa un período corto de ejercicio físico y algún tipo de meditación.
- Otro es tomar en cuenta las oportunidades de cada momento. Cualquier pausa puede servir para traernos de vuelta a la conciencia, aunque más no sea caminar o respirar unos minutos.
- Y una tercera ayuda es ver cada cosa que encaramos (escribir un libro, comprar una casa, buscar pareja, criar un niño) como parte de nuestra práctica, y actuar con la intención de que aquello que hagamos sea parte de un viaje transformador.
No hay entonces fórmulas para el cambio, pero sí, coinciden, caminos propicios. Ser flexibles, persistentes, volver al ruedo cuantas veces haga falta; observarse cada uno, esforzarse, comprometerse. Y no olvidar aquello que dicen los sabios al final del camino: que al cambio, como al pan fresco y los buenos amores, hay que volver a amasarlo cada día.
Tomado de: http://www.lanacion.com.ar/1726429-cambios-de-rumbo
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