Elogio de las lágrimas - Roland Barthes

La menor emoción amorosa, de felicidad o de pena, hace que a Werther le broten las lágrimas. Werther llora a menudo, muy a menudo, y abundantemente. ¿En Werther, es el enamorado quien llora o el romántico?

Tal vez es una predisposición propia del individuo enamorado echarse a llorar? Sometido a lo Imaginario, se mofa de la censura que mantiene hoy al adulto lejos de las lágrimas y a cuyo través el hombre quiere hacer protesta de su virilidad. […] Liberando sus lágrimas sin coerción, sigue las órdenes del cuerpo enamorado, que es un cuerpo bañado, en expansión líquida: llorar juntos, fluir juntos: lágrimas deliciosas culminan la lectura de Klopstock que Carlota y Werther hacen en común. ¿Dónde adquiere el enamorado el derecho a llorar sino en una inversión de valores cuyo primer blanco es el cuerpo? Él acepta recobrar el cuerpo niño.

Además, aquí, el cuerpo amoroso está forrado por un cuerpo histórico. ¿Quién hará la historia de las lágrimas? ¿En qué sociedades, en qué tiempos se ha llorado? ¿Desde cuándo los hombres (y no las mujeres) ya no lloran? ¿Por qué la “sensibilidad” en cierto momento se ha vuelto “sensiblería”?

[…]

Quizá “llorar” es demasiado burdo; quizá no es necesario remitir todos los llantos a una misma significación; quizá hay en el mismo enamorado muchos sujetos que participan en modos próximos, pero diferentes, del “llorar”. ¿Quién es ese “yo” que tiene “lágrimas en los ojos”? ¿Quién ese otro que, un día, estuvo “al borde de las lágrimas”? ¿Quién soy yo, que lloro “todas las lágrimas de mi cuerpo”?, ¿o que vierto al despertar “un torrente de lágrimas”? Si tengo tantas maneras de llorar es tal vez porque, cuando lloro, me dirijo siempre a alguien, y porque el destinatario de mi lágrimas no es siempre el mismo: adapto mi modos de llorar al tipo de chantaje que, a través de mis lágrimas, pretendo ejercer en torno mío.

Llorando, quiero impresionar a alguien, hacer presión sobre él (“Mira lo que haces de mí”). Es tal vez el otro -y lo es por lo común- a quien se obliga así a asumir abiertamente su conmiseración o su insensibilidad; pero puedo serlo también yo mismo: me pongo a llorar para probarme que mi dolor no es una ilusión: las lágrimas son signos, no expresiones. A través de mis lágrimas cuento una historia, produzco un mito del dolor y desde ese momento me acomodo en él: puedo vivir con él, porque al llorar, me doy un interlocutor enfático que resume el más “verdadero” de los mensajes, el de mi cuerpo, no el de mi lengua: “Las palabras ¿qué son? Una lágrima dirá más.”

Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”. Editorial Siglo XXI de España. 1993.

¿No es Roland Barthes el último romántico?

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