Redescubriendo nuestro ser real - David Baker

Nuestra vida en línea está dañando nuestra identidad
Publicado en BBC Magazine,  1 April 2016

En 1993, en los primeros días de la World Wide Web, una caricatura apareció en The New Yorker.
Mostraba a un perro, sentado en un computador, girando hacia otro perro y diciendo: “En Internet nadie sabe que eres un perro”. La caricatura de Peter Steiner y una de las más reproducidas de la revista, captura la emoción de esos primeros días cuando el Internet, entonces cuestión de conexiones telefónicas lentas y “tableros de anuncios” torpes sólo de texto, ofrecían a las personas una manera de hacer reingeniería a su identidad en línea. Los hombres podían pasar por mujeres, los jóvenes por viejos, los amateurs como expertos, los solitarios del campo como sofisticados urbanitas.
El año pasado, 22 años después, The New Yorker publicó otra caricatura sobre el tema, dibujada por Kaamran Hafeez. Esta vez, dos perros están viendo a su dueño surfear en la red. La leyenda: “¿Recuerdas cuando, en Internet, nadie sabía quién eras?”
El Internet ha tenido un impacto inmenso en nuestro sentido de identidad, desde su explosión en el uso popular hace unos 25 años. Ha traído a nuestras vidas personas, ideas, puntos de vista y culturas que, de otra forma, no habríamos conocido o escuchado. Y eso nos ha forzado a reconsiderar nuestras identidades en comparación con otras. Nos ha permitido aliarnos con personas con una perspectiva similar y hacer parte de su grupo, aún si ellos viven a miles de millas de distancia. Y, sobre todo, nos ha dado una forma de hacer re-ingeniería a nuestra identidad casi continuamente y descubrir cómo es ser alguien muy diferente de nuestro ser real.
Esto no es nuevo, por supuesto. A través del maquillaje, la ropa, la música que nos gusta, los libros que leemos, las opiniones que expresamos, las personas por las que votamos, y demás, siempre hemos estado ocupados definiendo y redefiniendo nuestra identidad. Pero antes del Internet, esa ocupación tomaba lugar en el pequeño ámbito de nuestras amistades, familia y colegas – y de hecho, gran parte se trataba de desarrollar identidades separadas para mostrar a cada grupo. Ahora la audiencia potencial para nuestra identidad – y mucho de la identidad se trata de actuación – ha incrementado a niveles que, hace un cuarto de siglo, habríamos tenido solamente si fuésemos estrellas de cine o músicos de rock.
Si tenemos 300 amigos en Facebook y cada uno de ellos tiene 300 amigos – y muchas personas por supuesto, tienen más – son 90.000 personas que están a dos grados de separación. E incluso si el 90% de ellos son personas que también son amigas de nuestros amigos, esto deja 9.000 personas observando nuestra vida, lo que nos gusta y no nos gusta, nuestras opiniones y comentarios sobre nuestras fotos. Esta es una audiencia que habría sido casi imposible de alcanzar por alguien que no trabajara en las artes, la política o los medios, en los tiempos antes de Internet. Ahora es un lugar común. Es sorprendente que muchos de nosotros gastemos gran cantidad de tiempo gestionando nuestra identidad en línea?
No solamente el Internet nos ha dado estas grandes audiencias para nuestra identidad, sino que ha cambiado la manera en la que comprendemos cómo otras personas nos ven, desde de un proceso –usualmente- privado e íntimo hacia un escrutinio público de quiénes somos. A través de "Me gusta", comentarios, calificaciones y demás, recibimos retroalimentación casi instantánea sobre los ajustes que hacemos a nuestra identidad, y estos entonces se vuelven parte de nuestra identidad en sí, ya que otras personas pueden verla. 
Esta no es una retroalimentación calmada de amigos cercanos – la forma tradicional en la que entendemos cómo nuestra identidad es percibida. Esta es la opinión de masas, vista por masas.
Los medios sociales en parte se han convertido en un ejercicio inmenso de juicio público. Y como cualquiera que haya sido avergonzado o matoneado en línea lo sabe, puede ser increíblemente poderoso. En pequeños grupos de individuos que se conocen entre ellos, el choque entre cómo vemos nuestra identidad y cómo otros la ven puede ser gestionado. Gestionar nuestra identidad en Internet toma mucho más trabajo.
Un hombre llamado “Jack” contó al Guardian recientemente que el revisa sus perfiles sociales decenas de veces al día y cómo esto lo retira del mundo físico que le rodea. “Veré con frecuencia momentos como “buen contenido” para mis seguidores en medios sociales” dijo. “Es como si fotografiar y compartir un buen momento fuera más importante que realmente apreciarlo en la vida real”. 
Esta habilidad para comentar sobre otros, con frecuencia desde una distancia nos ha dado un poder significativo sin mucha responsabilidad correspondiente. En línea, regularmente calificamos y comentamos sobre personas y servicios en formas que, si somos Británicos por lo menos, no pensaríamos hacerlo cara a cara – y esto cambia nuestras identidades también, desde, poniéndolo crudamente, ser seres humanos razonables hacia actuar como matones cobardemente.
El Internet ha sido reconocido como conexión. Pero en muchas formas nos ha dado la oportunidad de desconectar nuestros actos de sus efectos. Con qué frecuencia, por ejemplo, consideramos las consecuencias de darle a un conductor de Uber una baja calificación porque no nos gustó la forma en la que nos habló? Caer bajo una calificación promedio de 4.5 estrellas pone a los conductores de Uber en riesgo serio de ser expulsados de la red. Esto es realmente lo que teníamos en mente cuando tecleamos nuestra calificación al terminar el servicio?
En un mundo de grandes números, el Internet es también de muy altas velocidades- procesar grandes números rápidamente es lo que mejor hacen los ordenadores. Y nosotros como humanos estamos en peligro de tratar de mantener ese ritmo - una carrera que nunca podemos a ganar. Esto significa que el mundo se siente mucho más rápido que incluso hace un cuarto de siglo. El mismo efecto fue sentido en los primeros días de la revolución industrial a finales del siglo 18.
Nos inquietamos por responder rápidamente correos y mensajes de WhatsApp, nos preocupa no tener respuestas instantáneas a los problemas que enfrentamos en la vida – la ilusión creada por Google – y también revoloteamos rápidamente entre identidades.
Un buen ejemplo de esto es el activismo en línea. Hay muchas organizaciones en línea que han traído cambios significativos en el mundo mediante la acumulación del poder de grandes cantidades de personas. Y el Internet nos da una forma de expresar nuestras opiniones sobre desarrollos geopolíticos incluso desde una gran distancia. Pero, animados, creo, por la velocidad de Internet, también somos muy volubles en las campañas que apoyamos, porque involucrarse no requiere casi ningún esfuerzo. Es aún el caso que #weareallCharlieHebdo? O que estamos desesperadamente preocupados por el destino de las 200 niñas secuestradas por Boko Haram en el norte de Nigeria en 2014? O simplemente es muy fácil enviar un tweet o firmar una petición y entonces seguir adelante?
En un sentido por supuesto, el mundo ha sido así desde hace tiempo –tristemente-, con nuevos ciclos de períodos de atención intrínseca alimentando los nuestros. Pero la identidad es tanto sobre propósito y una causa, como lo es sobre la apariencia y la opinión, y también sobre nuestras acciones. Y cuando esas acciones se detienen al hacer click en el link y entrar nuestra dirección de correo, eso hace nuestra identidad, por lo menos, peligrosamente superficial y frágil.
Pero, para mí, la mayor amenaza para nuestras identidades viene del ruido de Internet. Enseño en La escuela de la vida, creada por el filósofo Alain de Bottom para ayudar a las personas a pensar mejor sobre las vidas que viven.



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