Los descansos de Clarissa Pínkola Estés
Los descansos
Hemos visto por tanto que nuestro
propósito es convertir la rabia en un fuego que cocina cosas y no en el fuego
de una conflagración. Hemos visto también que la tarea de la cólera no se puede
completar sin el ritual del perdón. Hemos dicho que la cólera de las mujeres
deriva a menudo de la situación de su familia originaria, de la cultura que la
rodea y, a veces, de un trauma sufrido en la edad adulta. Sin embargo,
cualquiera que sea la fuente de la cólera, algo tiene que ocurrir para que la mujer
la identifique, la bendiga, la reprima y la libere.
Las mujeres torturadas desarrollan a
menudo una deslumbradora capacidad de percepción de una profundidad y anchura
impresionantes. Aunque yo no quisiera que nadie fuera torturado para poder
aprender las entradas y salidas secretas del inconsciente, no cabe duda de que
el hecho de haber sufrido una fuerte represión da lugar a la aparición de unas
dotes que consuelan y protegen.
En este sentido, una mujer que ha vivido
una existencia torturada y ha ahondado exhaustivamente en ella adquiere una
inestimable profundidad. Aunque llegue a ella a través del dolor, si cumple la
dura tarea de aferrarse a la conciencia, llegará a alcanzar una honda y
floreciente vida espiritual y una ardiente confianza en sí misma cualesquiera
que sean las vacilaciones ocasionales del ego.
Hay un momento en nuestra vida, por regla
general al llegar a la mediana edad, en que una mujer tiene que tomar una
decisión, posiblemente la decisión psíquica más importante de su vida futura, y
es la de sentirse amargada o no. Las mujeres suelen llegar a esta situación al
final de la treintena o principios de la cuarentena. Están hasta la coronilla
de todo, están "hasta el gorro", están que "ya no pueden
más". Es posible que sus sueños de los veinte años se hayan marchitado.
Puede que haya corazones rotos, matrimonios rotos, promesas rotas.
Un cuerpo que ha vivido mucho tiempo
acumula escombros. Es algo inevitable. Pero si una mujer regresa a la
naturaleza instintiva en lugar de hundirse en la amargura, revivirá y renacerá.
Cada año nacen lobeznos. Suelen ser unas criaturitas de ojos adormilados con el
oscuro pelaje cubierto de tierra y paja que no paran de gimotear, pero que
inmediatamente espabilan y se muestran juguetonas y encantadoras Y sólo quieren
estar cerca y recibir mimos. Quieren jugar, quieren crecer. La mujer que
regresa a la naturaleza instintiva y creativa volverá a la vida. Sentirá deseos
de jugar. Seguirá queriendo crecer tanto en profundidad como en anchura. Pero
primero ha de tener lugar una purificación.
Me gustaría iniciar a mis lectoras en el
concepto de los Descansos que yo he desarrollado en mi trabajo. Cualquiera que
haya visitado el viejo México, Nuevo México, el sur de Colorado, Arizona o
ciertas regiones del Sur de Estados Unidos, habrá visto unas crucecitas blancas
al borde de los caminos. Son los llamados descansos. Se las puede ver también
al borde de los acantilados en pintorescas pero peligrosas carreteras de
Grecia, Italia y otros países mediterráneos. A veces las cruces están agrupadas
en número de dos, tres o cinco. Y en ellas figuran grabados nombres de
personas: Jesús Méndez, Arturo Bueno Fuentes, Jeannie Abeyta. A veces los
nombres están escritos con clavos, a veces están pintados y labrados en la
madera. Por regla general, las cruces están profusamente adornadas con flores
artificiales o naturales o con reluciente paja recién cortada cuyo brillo hace
que los brazos de madera resplandezcan como el oro bajo el sol. A veces el
descanso consiste simplemente en dos palos o dos trozos de tubería atados con
un trozo de cuerda y clavados en el suelo. En los pasos más pedregosos, la cruz
suele estar pintada en una roca de grandes dimensiones al borde del camino.
Los descansos son símbolos que conmemoran
una muerte. Allí mismo, justo en aquel lugar, el viaje de alguien por la vida
se interrumpió inesperadamente. Hubo un accidente de tráfico o alguien que
caminaba por el camino murió de insolación o se produjo una reyerta. Ocurrió
algo que alteró para siempre la vida de aquella persona y la de otros.
Las mujeres han muerto mil muertes antes
de cumplir los veinte años. Han ido en esta dirección y en aquella y se han
quedado aisladas. Han tenido sueños y esperanzas que también se han truncado.
Cualquier mujer que diga lo contrario es que está todavía dormida. Todo eso
justifica la existencia de los descansos.
A pesar de que todas estas cosas
fortalecen los procesos de individuación y diferenciación, la maduración y el
desarrollo exterior, el florecimiento, el despertar y la conciencia, son también
unas grandes tragedias y como tales se tienen que lamentar.
Hacer descansos significa echar un
vistazo a la propia vida y marcar los lugares donde se han producido las
muertes chiquitas y las muertes grandotas. Me gusta trazar el itinerario de la
vida de una mujer en una gran hoja de papel de estraza de color blanco y señalar
con una cruz los lugares del gráfico, empezando por su infancia hasta llegar al
presente en el que han muerto distintos fragmentos y piezas de su yo y de su
vida.
Señalamos el lugar donde estaban las
carreteras que no se tomaron, los caminos interrumpidos, las emboscadas, las traiciones
y las muertes. Coloco una crucecita en los lugares del itinerario cuya desaparición
se hubiera tenido que llorar o aún ha de llorarse. Y después escribo al fondo
la palabra "olvidado" en referencia a las cosas que la mujer intuye,
pero todavía no han aflorado a la superficie. También escribo
"perdonado" en referencia a las cosas que la mujer ha liberado en
buena parte.
A continuación, la invito a hacer
descansos, a sentarse con el itinerario de su vida y a preguntarse "¿Dónde
están las cruces? ¿Dónde están los lugares que hay que recordar, los que hay que bendecir?". Todos
ellos tienen unos significados que se han incorporado a su vida actual. Hay que
recordarlos, pero hay que olvidarlos al mismo tiempo. Para eso hace falta
tiempo. Y paciencia.
Recordemos que en "El oso de la luna
creciente" la mujer pronunciaba una oración para que los huérfanos y
errantes muertos pudieran descansar. Eso es lo que se hace en los descansos. La
de los descansos es una práctica consciente que honra a los muertos huérfanos
de la psique, se compadece de ellos y les da finalmente sepultura.
Debemos ser amables con nosotras mismas y
dar descanso a los aspectos de nuestra persona que se dirigían a algún lugar
pero jamás llegaron a él. Los descansos marcan el lugar de la muerte, los momentos
oscuros, pero son también billetes amorosos para el propio sufrimiento. Son
transformativos. Nunca insistiré demasiado en la conveniencia de clavar las
cosas en la tierra para que no nos sigan dondequiera que vayamos. Nunca insistiré
demasiado en la conveniencia de enterrarlas.
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