La Curación de la Sombra - James Hillman

La curación de la sombra constituye un problema moral que nos obliga a reconocer lo que hemos reprimido, darnos cuenta del modo en que lo hacemos, cuáles son nuestras racionalizaciones, de qué manera nos engañamos a nosotros mis mos, qué tipo de objetivos perseguimos y a quiénes seríamos capaces de dañar, e incluso de destruir, para conseguirlos. Por otra parte, la curación de la sombra es también una cuestión de amor. ¿En qué medida aceptamos nuestros aspectos más abyectos, desagradables y perversos? ¿Cuánta caridad y compasión mostramos ante nuestra propia debilidad y enfermedad? ¿Cuál es nuestra participación en la construcción de una sociedad basada en el amor en la que tenga cabida todo el mundo?
Yo suelo utilizar la expresión «curación de la sombra» para resaltar la importancia del amor, porque si sólo tratamos de curarnos a nosotros mismos y centramos todo el interés en nuestro «yo», el proceso suele degenerar en una atención desmedida a nuestro ego que sólo conseguirá fortalecerlo y engordarlo para alcanzar sus metas, simples remedos de los objetivos de la sociedad. Si realmente queremos curar nuestras debilidades, nuestra obstinación, nuestra ceguera, nuestra insensibilidad, nuestra crueldad, nuestra falsedad, etcétera, deberemos inventar nuevas formas de convivencia en las que el ego aprenda a escuchar sus aspectos más desagradables, aceptarlos y llegar a amar incluso al más abyecto de todos ellos.
Amarse a uno mismo no es una tarea nada sencilla porque eso significa amar todo lo que hay en nosotros, hasta la misma sombra que nos hace sentir inferiores y socialmente inaceptables. Es por ello que la atención que prestamos a nuestras facetas más abyectas forma parte del proceso de curación. Pero cuidar de la sombra, en ocasiones, no significa más que asumirla. Así pues, el primer paso importante del proceso de curación de la sombra tan sólo consiste -como hacían los antiguos puritanos o los judíos en su interminable diáspora- en llevar la sombra con nosotros, es decir, en tomar conciencia cotidianamente de nuestros pecados, en permanecer atentos para que el Diablo no nos coja desprevenidos, en emprender un largo viaje existencial cargando una mochila llena de piedras sin nadie a quien recurrir ni una meta segura que alcanzar. Pero resulta imposible planificar este viaje que pretende que nuestros defectos se adecuen a los objetivos del ego. Por eso es tan difícil amar.
Para amar a la sombra es necesario aprender a llevarla con nosotros. Pero con eso no basta ya que también debemos tomar conciencia de la paradoja de esta locura que compartimos con el resto de los seres humanos. Sólo entonces podremos aceptar, caminar e incluso alimentarnos de lo que hayamos rechazado. Por otra parte, el simple amor puede llevarnos a una identificación con la sombra que termine convirtiéndonos en sus víctimas. Es por ello que no debemos menospreciar la dimensión ética del trabajo con la sombra. Así pues, la curación requiere también del reconocimiento moral de los aspectos más despreciables de nosotros mismos y de la aceptación amorosa y alegre de su misma existencia. Se trata, por tanto, de una empresa que exige, al mismo tiempo, del trabajo y de la entrega, del juicio exacto y de la participación gustosa, del moralismo occidental y de la renuncia oriental.
En mi opinión, el misticismo religioso judío -en el que Dios presenta dos rostros: el de la rectitud moral y la justicia, por una parte, y el de la gracia, la misericordia y el amor, por la otra- constituye un ejemplo arquetípico de esta actitud paradójica tan presente en los cuentos jasídicos en los que la devoción religiosa convive estrechamente con el gozo de la vida.
La descripción freudiana del mundo de la sombra es demasiado racional y no llega a comprender la profundidad del lenguaje paradójico con el que se expresa el psiquismo en el que cualquier imagen y cualquier experiencia tienen tanto un aspecto positivo como otro negativo. Freud no llegó a advertir la paradoja de que la basura también es un fertilizante, de que la infancia también es inocente, de que la perversidad polimorfa también es placentera y libre y de que el hombre más repulsivo puede ser, al mismo tiempo, un redentor disfrazado.
En otras palabras, las descripciones que Freud y Jung nos ofrecen de la sombra no constituyen dos perspectivas diferentes y opuestas. La visión de Jung, pues, profundiza y amplía la de Freud evidenciando su dimensión paradójica.

James Hillman
Analista junguiano, profesor y prolífico escritor, pertenece a la tercera generación de pensadores orientados por la obra de C. G. Jung. Fue editor de la revista Spring y director de la prestigiosa editorial Spring Publications. Entre sus obras cabe destacar The Myth of Analysis; Suicide and the Soul; Insearch: Psychology and Religion; Re-Visioning Psychology; The Dream and the Underworld; Loose Ends; Anima: An Anatomy of a Personified Notion; Healing Fiction; Blue Fire; el libro de entrevistas Inter Views y Puer Papers (Ed.).

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