Intimidad sagrada - Lorena Cuendias
Detrás de esta sobre-exposición que tan de moda se está poniendo, entran en juego algunos aspectos del narcisismo y la disociación. Mostrarlo todo, sin guardar un espacio íntimo para uno mismo, puede indicar un desbordamiento emocional donde se desdibuja la frontera entre el yo privado y el yo público.
Este desbordamiento puede hacerles sentir que solo existen en la medida en que otros los validan; no pueden sostener el dolor en silencio y necesitan un testigo constante.
En términos de narcisismo, algunos influencers (no digo que conscientemente) pueden usar el sufrimiento como herramienta para que los demás los vean como personas profundas y sensibles, y alimentar identidades.
La exposición constante de sus emociones sin procesar puede llevar a la audiencia a una especie de fatiga emocional, donde terminan saturados de dramas y catarsis ajenas. Y para las personas que se exponen, a largo plazo, esto se convierte en una forma de dependencia emocional de la aprobación externa, impidiéndoles el desarrollo de la regulación emocional auténtica, madura y sostenida.
Así que, en el fondo, esto puede ser una especie de espiral de validación y vulnerabilidad expuesta. Sin embargo, más allá de la búsqueda de atención, también refleja una incapacidad para encontrar consuelo en la propia intimidad o una dificultad para gestionar mi dolor de una forma auto-contenida y autónoma.
Si nos vamos al neurodesarrollo temprano, es lo que hacen los bebés en la fase de protesta. Es un ¿hay alguien ahí que me ayude a regular todo esto?
Aprendan a regularse y guárdense un podo de su intimidad tan sagrada e íntima para ustedes. ES en esos espacios que sucede la Alquimia.
¿Qué va a ser la próxima tendencia? ¿Qué nos muestren cuando vayan al baño?
Y ustedes cuiden su sistema nervioso y lo que consumen en redes.
La verdadera vulnerabilidad, en su esencia, no es sólo el acto de mostrar emociones, sino la capacidad de sostener y expresar nuestras experiencias internas de manera consciente y sin expectativa de recibir algo específico a cambio. Ser vulnerable no implica solo abrir el corazón y compartir lo que sentimos, sino hacerlo desde un lugar de integridad, de seguridad interna y de auto-compasión. Es la diferencia entre exponer el dolor para recibir validación y compartirlo desde la paz, con el propósito de ser auténticos sin imponer una carga emocional en los demás.
Para esto, es esencial que el sistema nervioso esté regulado y tenga un “ancho de banda” suficiente. Un sistema nervioso regulado nos permite permanecer presentes y centrados en el cuerpo, sosteniendo la intensidad de lo que sentimos sin ser sobrepasados por ello. Cuando hablamos de ancho de banda en el sistema nervioso, nos referimos a la capacidad para procesar experiencias intensas sin caer en estados de disociación, hiper-vigilancia o en la necesidad de descargar ese peso sobre otros. Es lo que nos da la resiliencia para estar con lo que hay, sin necesitar reacciones externas para sentirnos estabilizados.
Un sistema nervioso bien regulado crea un espacio interno donde uno puede observar y experimentar sus emociones sin perderse en ellas ni sentir que son más grandes que nosotros mismos. Aquí la vulnerabilidad se convierte en un acto de valentía, pues puedes ser sincero y genuino, sin que eso te haga sentir frágil o en riesgo de colapsar. En cambio cuando el sistema nervioso está desregulado, la intensidad emocional puede desbordarse y llevarnos a buscar testigos externos de nuestro dolor como una forma de auto-regulación. De ahí que muchos terminen compartiendo hasta lo más íntimo en redes porque necesitan ese “eco” emocional para gestionar algo que su sistema nervioso no logra sostener solo.
Mostrar vulnerabilidad desde un lugar regulado también significa que uno se ha dado el espacio de procesar primero esas emociones en la intimidad, integrando el aprendizaje y el significado de lo que ha vivido. Al compartir desde esta estabilidad, la vulnerabilidad no sobrecarga al otro ni busca validación desesperada. Es una forma de decir: “Esto es lo que siento y quiero ser honesto contigo”, sin esperar que el otro nos resuelva o nos sostenga. En este espacio, la vulnerabilidad se convierte en un recurso profundamente humano, que fomenta conexiones auténticas, porque nace de un lugar genuino y sin agendas ocultas.
Un sistema nervioso fuerte y resiliente también permite que nuestra vulnerabilidad sea un acto de apertura, no una petición de ayuda o una descarga emocional. Al expresarnos desde esta regulación interna, ofrecemos nuestra experiencia como un regalo que invita a la conexión, no como una demanda de atención o un intento de llenar vacíos emocionales. Ahí es donde la vulnerabilidad verdadera, bien sostenida, puede incluso sanar, porque al compartirla damos un paso hacia la autenticidad, hacia mostrarnos tal cual somos, mientras seguimos siendo nuestro propio refugio seguro.
Esa es la verdadera vulnerabilidad y fuerza: la capacidad de abrirnos sin perder nuestra solidez interna, de expresar lo que sentimos sin poner el peso de nuestras emociones en los demás. No es un grito que clama por validación ni una exposición constante para llenar un vacío; es un acto genuino de conexión, nacido desde la seguridad interna y el respeto profundo por uno mismo y por el otro.
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