Sobre auto-sabotaje

Es normal esperar que nosotros siempre - casi por naturaleza - buscaremos activamente nuestra propia felicidad, especialmente en dos grandes áreas de satisfacción potencial: relaciones y carrera.
Es entonces raro y un poco desconcertante encontrar la frecuencia con la que actuamos como si fuéramos a arruinar deliberadamente nuestras posibilidades de obtener lo que en la superficie estamos convencidos de que estamos buscando. Cuando salimos con personas que nos atraen, de repente podemos caer en comportamientos innecesariamente prejuiciosos y antagónicos. O cuando estamos en una relación con alguien que amamos, podemos llevarlos a la distracción a través de acusaciones injustificadas y explosiones de ira - como si estuviéramos de alguna forma dispuestos provocar el día triste en el cual el ser amado, exhausto y frustrado, estará forzado a partir, aún compasivo pero incapaz de tomar nuestro elevado grado de sospecha y drama.
Del mismo modo, podemos ser llevados a destruir nuestras posibilidades de un gran ascenso en el trabajo cuando, justo después de hacer una presentación particularmente convincente a la junta, nos hacemos raramente ruidosos con el CEO o nos embriagamos e insultamos en una cena crucial de negocios. Tal comportamiento no puede ser atribuido a la mala suerte. Merece un término más fuerte, más intencional: auto-sabotaje. Estamos lo suficientemente familiarizados con el miedo al fracaso, pero parece que el éxito algunas veces puede provocar tantas ansiedades - que en última instancia puede culminar en un deseo de hundir nuestras posibilidades en un intento de restaurar nuestra paz mental. 

¿Qué podría explicar esta sospecha de éxito?
En ciertos casos, un deseo inconsciente de proteger a quienes amamos, particularmente aquellos que nos cuidaron en la niñez, de una sensación de envidia e insuficiencia que puede ser disparada por nuestros logros. La bella pareja o la promoción a un rol sénior puede silenciosamente resultar devastadora para quienes nos rodean, induciéndoles a cuestionarse sobre lo poco que han alcanzado en comparación y a temer que no van a ser lo suficientemente buenos para merecer nuestra compañía. Se siente raro aceptar que quienes nos amaron de niños puedan albergar sentimientos de envidia hacia nosotros - especialmente cuando ellos en muchas otras formas son altamente consagrados a nosotros. Estos cuidadores pueden sin embargo, estar cargando una capa de arrepentimiento privada en su interior sobre el curso de sus propias vidas y temores asociados a ser descuidados y considerados poco importantes por otros, incluso sus propios hijos. Cuando estábamos creciendo, habían recordatorios como "no ser demasiado grande para sus botas" y "no olvidar de dónde vienen", motivos disfrazados para no ser olvidados o ignorados. Podemos terminar en un lío: el éxito que anhelamos amenaza con herir los sentimientos de quienes amamos.
La solución, una vez descubrimos el callejón sin salida, es no sabotearnos a nosotros mismos; es cultivar generosidad profunda y proactiva entorno a las razones reales por las que nuestros cuidadores pudieron haber terminado sintiéndose tan aprensivos frente a nuestros logros. Debemos reconocer que esos cuidadores no temen, en última instancia, nuestros propios éxitos tanto como temen ser abandonados y recordar sus propias deficiencias. La tarea no es arruinar nuestras posibilidades, es intentar - cuando podamos hacerlo - apaciguar a nuestros compañeros nerviosos, asegurar nuestra lealtad esencial y su valor primordial.

Un segundo tipo común de auto-saboteador es uno que encuentra demasiado alto el precio de la esperanza para pagarlo. Podemos, cuando éramos jóvenes, haber sido expuestos a decepciones excepcionalmente brutales en un tiempo en el cual éramos demasiado frágiles para soportarlas. Tal vez esperábamos que nuestros padres permanecieran juntos y no lo hicieron. O esperábamos que nuestro padre regresara de otro país y no lo hizo. Tal vez nos arriesgamos a amar a alguien y, después de unas semanas de felicidad, curiosa y extrañamente cambió su actitud y se burló de nosotros frente a nuestros pares. En algún lugar de nuestros caracteres, una asociación profunda ha sido forjada entre esperanza y peligro - en conjunto con una preferencia correspondiente a vivir calmadamente con desilusión, en lugar de más libremente con esperanza.
La solución es recordarnos que podemos, a pesar de nuestros miedos, sobrevivir la pérdida de esperanza. Ya no somos los que sufrieron las decepciones responsables de nuestra timidez actual. Las condiciones que forjaron nuestra precaución ya no son las de la realidad adulta. La mente inconsciente puede, como es su costumbre, estar leyendo el presente a través de los lentes de hace unas décadas, pero lo que tememos que suceda ya ha sucedido - en realidad -; estamos proyectando hacia el futuro una catástrofe que pertenece a un pasado que no hemos tenido la posibilidad de sondear y llorar adecuadamente.
Por otra parte, lo que fundamentalmente distingue la adultez de la niñez es que el adulto tiene acceso a muchos más fuentes de esperanza que el niño. Podemos sobrevivir una desilusión aquí o allí, porque ya no habitamos una provincia cerrada, limitada por la familia, el barrio y la escuela. Podemos usar todo el mundo como un huerto en el cual nutrir una diversidad de esperanzas que siempre superarán la decepción aplastante inevitable, pero solamente ocasional y con posiblidad de sobrevivir.
Por último, podemos destruir el éxito desde tocar la modestia: desde el sentido de que seguramente no podemos realmente merecer la recompensa que hemos recibido. Podemos volver a considerar nuestro nuevo trabajo o amante a la luz de todos las facetas de nosotros mismos que sabemos son menos que perfectas - nuestra pereza, cobardía, estupidez e inmadurez - y concluir que debe haber sido un error y que debemos entonces devolver nuestros regalos a los que son más merecedores. Pero esto es amable, aunque amenazante, no comprender la forma en la que éxito y dolor están distribuidos. El universo no distribuye sus dones y sus horrores con el conocimiento divinamente preciso de lo bueno y lo malo en cada uno de nosotros. Gran parte de lo que ganamos no es tan merecido y mucho de lo que sufrimos tampoco lo es. Las salas de cáncer no están llenas con los excepcionalmente perversos.
Cuando nos sentimos oprimidos por una sensación de no merecer nuestros favores, necesitamos solamente recordarnos que pronto tampoco mereceremos nuestras maldiciones. Nuestras enfermedades, caídas en desgracia públicas y abandonos románticos serán a su tiempo tan inmerecidos como nuestra belleza, encumbramiento o compañeros amorosos podrían ser ahora. No debemos preocuparnos mucho sobre esto último ni quejarnos tan amargamente sobre lo primero. Debemos aceptar desde el comienzo, sin buena gracia y premonición oscura, la auténtica aleatoriedad y amoralidad del destino. Puede ser útil mantener el concepto de auto-sabotaje en mente cuando interpretemos nuestros excentricidades y las de otros. Debemos comenzar a sospechar cuando nos atrapamos sacando actuaciones erráticas entorno a personas que muy en el fondo realmente nos gusta o necesitamos impresionar. Además frente a cierta clase de maldad y falta de confiabilidad en otros, debemos atrevernos a imaginar que las cosas quizás no sean lo que parecen; podiamos tener en nuestras manos no un oponente malévolo sino un auto-saboteador conmovedoramente herido - que merece sobre todo un poco de paciencia y debe gentilmente ser persuadido de hacerse más daño a sí mismo. Debemos asumir y ayudar a otros a ver, lo duro y desconcertante que a veces puede ser acercarse a algunas de las cosas que realmente queremos. 

LIBRO DE LA VIDA
CAPITULO 3. AUTO-CONOCIMIMENTO: MIEDO & INSEGURIDAD

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