Hermano Cuerpo: El gran maltratado - Virginia Gawel

Te pido que por un momento hagas un juego imaginario: ¿cómo sería si mañana al levantarte, descubrieras que estás habitando no tu cuerpo habitual, sino, por ejemplo, el de una jirafa, o el de un pájaro? Por un momento te pido que lo vivencies como real, cerrando los ojos y compenetrándote de la idea. Raro, ¿verdad? Bien: tan o más extraño es amanecer cada día y encontrarte envasado en este cuerpo que habitas hoy. Él es el único animal al cual podemos percibir desde adentro. Hay algo que impide esa extrañeza, adormeciendo la conciencia: la costumbre. Sin embargo, te invito a que en este instante en que estás leyendo estas letras una tras otra, te asomes a través de tus ojos, como si fueran dos claraboyas de una nave: tu nave de carne, de la que eres tripulante. Los ojos son sólo gelatina y agua. Pero... ¿quién ve a través de ellos? ¿Y a través de cuántos otros ojos habrás mirado, de distintos colores y tamaños, en anteriores identidades?

El poeta Benedetti lo llamó bien: “Hermano Cuerpo”. No somos él, pero él está preñado de nuestra presencia hasta que muera. Y cuando muera, simplemente nos despediremos, para seguir viaje... Ningún trabajo interno es completo si no nos aprendemos a relacionar amorosamente con nuestro propio cuerpo: en Occidente es muy común experimentar fastidio hacia el cuerpo que nos tocó; demasiado alto o gordo, demasiado flaco o feo... Nos enojan los órganos que duelen, nos da rabia cuando no es tan ágil, tan joven o diestro como quisiéramos... Alto!!! Si tu disposición es a tratar mejor a tu perro que a tu cuerpo... algo anda muy mal. En algún momento del camino, será necesario pedirle disculpas. Disculpas por tanta ignorancia, tanto maltrato, tanto desamor. Puede haber un instante crucial en que esto te suceda: como un saludable desdoblamiento de la conciencia, en el que te es dado experimentar una honda compasión por ese maltratado animal vestido, tan exigido por la civilización opresiva a la que es sometido. Y esa compasión puede resultar como rasgar un velo, y comenzar a ver.
Entonces quizás uno sienta vergüenza por tanto mancillamiento de algo tan noble como es el cuerpo, y tan indefenso, a expensas de lo que hagamos con él. Pero luego de esa vergüenza, puede venir una redecisión radical, en la cual uno tome nuevas alternativas para reparar lo reparable, mejorar, cuidar, querer, nutrir, dar libertad...

Walt Whitman decía: “Una rata es milagro suficiente para convertir a millones de infieles”. ¿Cuánto más nuestro cuerpo? Percibir la perfección con que la yema de un dedo se cicatriza recomponiendo su huella digital puede sobrecogernos; observar la perfección de un recién nacido, nos deja pasmados ante la Gracia; y aún el misterio de la muerte a veces abre nuestro interior hacia una dimensión de lo Sagrado mucho más palpable que en cualquier templo. El cuerpo mismo es un templo. Y si no somos capaces de cuidarlo, cualquier otro templo al cual vayamos quizás no sea suficiente como vínculo con lo verdaderamente Trascendente.

La Psicología Transpersonal cuenta con muy diversas prácticas, de distintas tradiciones de Sabiduría, para aprender a habitar el cuerpo conscientemente. Quizás la más simple (y una de las más difíciles también) podrías implementarla hoy mismo, tratando de realizar cualquiera de tus tareas cotidianas vinculadas con tu cuerpo muy lentamente, y como si la miraras desde afuera, admirando la inteligencia del cuerpo: verlo bañándose a sí mismo, observar a sus manos lavando los platos, observar los movimientos que realiza al comer, poner conciencia en sus deseos y sensaciones... Si la Conciencia Testigo logra asomarse, el fruto, al menos fugaz, pero penetrante, puede ser, sencillamente, el asombro. Y a-sombro significa “salir de la sombra”. La sombra de la ignorancia y del desamor. ¿Qué le damos a nuestro cuerpo, día a día? ¿Qué es lo que le pedimos o exigimos? Esta noche, antes de dormirte, podrás pedirles disculpas por lo que haga falta, reconciliarte con él... Y agradecerle.

Tomado de:
Hermano Cuerpo: El gran maltratado

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